jueves, noviembre 16, 2006

Exposición Agustí Centelles: Les vides d’un fotògraf 1909-1985.



Al primer paso que doy en la exposición me encuentro a un señor francés que me explica que Agustí Centelles durmió nosecuantos años en esa cama pequeña, que era un buen hombre, y muchas cosas más de las que no me entero, poniendo por delante mi tozudez de no leer los subtítulos y hacer todo un écoutez en condiciones. Entro en su cara a través de unas cortinas de plástico, sin saber lo que me ocurrirá al traspasar la frontera de la Barcelona del 2006 a la de los años 30.

“¡Qué 900 pesetas más bien invertidas!”, pienso y digo a mi acompañante, al comprobar que es lo que le costó a Agustí Centelles esa cámara ligera, pequeña, portátil, que en aquella época resultaba ser un juguete, capaz de hacer tres fotos de una misma jugada de fútbol. La Leica. Veo el campo del Barça, el campo del Espanyol, saltos de pértiga en Montjuïc, vueltas ciclistas, etc. No conocía esta faceta de Centelles. Veo actos festivos de Barcelona: niños en las calles de Gràcia, la Fira de Santa Llúcia en Navidad, el día de la Palma, las hogueras de Sant Joan, una Barcelona cuanto menos idílica. Pero eso, en el siguiente pasillo, se acaba: las cosas se ponen feas en Barcelona.

Los nacionales intentan hacerse con la ciudad en el año 1936 y hay una resistencia sin igual, todos en las calles, en las barricadas (A las barricadas), disparando, defendiendo Catalunya. Iglesias destrozadas, y por qué no, arte destrozado, agujereado, quemado. Curas y monjas huyendo. Transporte público colectivizado, las pegatinas de CNT decoran autobuses y tranvías, y, “¡Ostras!, ¿qué hace George Orwell allí al fondo? De verdad que este se metía en todos los fregaos”.


De
ese contexto es la foto (sorprendentemente cortada, porque también podemos centrar a posteriori la fotografía en el detalle de la realidad que más nos interesa) de tres milicianos parapetados detrás de dos caballos muertos, apiñonados, disparando hacia no se sabe dónde pero sí hacia qué. Es una de las imágenes captadas por Centelles que más vueltas ha dado al mundo. Y para mí es inevitable pensar en la muerte de los caballos, más que en los disparos de la resistencia republicana. Porque ellos, ¿qué saben de guerras? ¿Cómo le podrías explicar a un caballo que hay un país lleno de caballos igual que él, pero que un día, o dos, o tres años se enfadan todos y empiezan a matarse, y ganan unos y otros muchos caballos tienen que irse corriendo a otros países de caballos…? y el resto de la pegunta, por desgracia, ya lo sabemos todos. Y a toda esa carne de caballo muerto, quizás le queda el consuelo de que un día sirvieron para que tres milicianos republicanos se salvaran (quizás, también) de decenas de disparos. Y esta reflexión, esta pregunta, para todos aquellos inocentes, y para todos aquellos que no les puede caber en su cabeza (inocente), mente (inocente), cerebro (inocente), que no pueden procesar la información (no tan inocente) de que pueda haber guerras por ideas y entre hermanos, y que además, hayan tenido que luchar obligados en ellas.

Otra imagen que me asalta es la de un guardia muerto en el suelo, sólo se le ve los pies y la gorra, porque el resto de su cuerpo está tapado por una bandera de Catalunya, por les quatre barres, y a pesar de ser una foto en blanco y negro, se ve el color amarillo y rojo.

En el siguiente espacio veo euforia colectiva, algunos hombres y mujeres se van, contentos, a luchar al frente de Aragón. Algunas mujeres se quedan, no tan contentas, lloran y dan los últimos besos a sus maridos. Y desde una Barcelona setenta años más vieja, noto el sabor de esos besos: polvo y pólvora.

Murmuro a una de esas fotos, con pena: ¿Cómo podéis iros tan contentos a una guerra? ¿No sabéis que os van a matar? ¿No sabéis que vais a matar? No sabéis que, setenta años más tarde, aún en esos lugares va a sentirse el temblor de las paredes y la esencia de la destrucción? (en Belchite, por ejemplo) Y lo peor de todo, queridos milicianos, ¿es que no sabéis que en esta guerra no ganó nadie, más que el límite de la crueldad?.



Y no se puede olvidar el bombardeo de Lleida y el rostro de desesperación de esa mujer arrodillada al lado del cadáver de su marido, que por ironías de la vida y con la banda sonora de la voz de su hijo de fondo, descubrimos que fue matado por un avión que defendía su causa. Y el descontento del primogénito al sentir que la foto del máximo dolor de sus padres es una de las imágenes más conocidas de la Guerra Civil. Quizás mejor que ese dolor quede en casa.




Lo que ya sabemos todos, en el 1939 toda la euforia, las ilusiones, las esperanzas de nuestros protagonistas se van al traste. Agustí Centelles se autoexilia a Francia y queda internado en el campo de concentración de Bram. Esta vez, la banda sonora es la lectura desoladora de su diario personal, donde cuenta las miserias vividas. Se me viene a la cabeza, tristemente, que ni siquiera el exilio era la salvación para los que habían defendido la causa republicana. Y es que el límite de la crueldad, el ganador, traspasó incluso fronteras. Quizás a Centelles le salvó su carné de periodista expedido por las autoridades francesas. Quizás los centenares de negativos que llevaba en su maleta y que no vieron la luz y la positivización hasta muchos años más tarde. Y no habiendo salido de una guerra, se metió en otra: La Segunda Guerra Mundial. Defendió la resistencia francesa falsificando documentos, y tuvo que volver a exiliarse al ser descubierto, paradójicamente, a su propio país, donde vivió de forma clandestina durante años.

Salgo de este espacio y siento como un alivio a la angustia revivida, bajo unas escaleras, miro un trozo de calle de la Barcelona del 2006, donde no hay disparos ni caballos muertos, entramos en otro espacio, donde lo primero que veo es un “bodegón industrial”. Pienso que me he equivocado, que he entrado a otra exposición, pero sigo viendo el título de Agustí Centelles en las paredes. También fotos de los laboratorios Uriach, de conejos y ratones en experimentos, de mecanismos, de Siemens, de modelos guapas en jeans, de una máquina de chupachups, de unas chapas de Fanta y Cocacola, de un trozo de un perfecto mercado de La Boquería (ah no, no es una foto, es un ventanal, disculpen). Qué cambio más radical. Qué diferencia de vida de fotógrafo. Qué diferencia de país. Qué diferencia de realidad.

Salgo a la calle y veo unas paredes empapeladas y llenas de graffities divertidos, de otro arte para subsanarte. Maldigo no llevar una cámara en ese momento, y no poder retratar ese detalle de realidad, ese detalle de suerte de Barcelona en la que ahora mismo paseo, y vuelven a mis ojos una imagen de principios de los 30, cuando unos centenares de niños esperaban contentos e impacientes la salida de unos payasos en una calle decorada de Gràcia.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

:_

Anónimo dijo...

Me ha encantado cómo has escrito la crónica. Es como revivir lo que vimos y comentamos ese día de la visita a la expo. Emociona el sentimiento que dejas en cada palabra.

¡Qué crueles son las guerras!¡Qué infierno les tocó vivir a aquellas pobres gentes!Tremendas las fotos de Centelles. Son estimonio para no olvidar aquella crueldad entre hermanos, para que no vuelva a pasar nunca más...Aunque hoy día estamos en las mismas: el mundo está hecho unos zorros y el ser humano sigue siendo lo que es.

Besos ;)

Un besote!

Anónimo dijo...

Gallina de piel! Ya tenia ganas de ir al Palau de la Virreina pero ahora no me puedo esperar más! Muy bien escrito, muy bonito. Bonito sí, quizás incluso un poco naïve.