lunes, agosto 29, 2005

Re-caer

Me despierta el sonido de un avión que aterriza cerca de su casa. Miro hacia la pared y veo el poster de los Beatles. Mierda, estoy en el Prat, ¿Qué coño hago aquí otra vez?
Me giro y le veo durmiendo, boca abajo, con los brazos por encima de la cabeza y la cara hundida en la almohada. No sé cómo no se ahoga. Me siento en la cama. La claridad que entra por la ventana me molesta. Paso por encima de él con cuidado para no despertarle en busca de las correas de la persiana. No hay correas, ni persiana, ¿Cómo que no hay persiana? Digo en voz alta: ¿No hay persiana? No responde. Vuelvo a la cama, me giro hacia el otro lado e intento dormirme de nuevo, es muy temprano todavía.

En sueños, zas, me quedo con toda la sábana.
Zas, me quedo sin sábana. Me las ha quitado.

Para no armar un zapitiesto de buena mañana decido taparme con la funda. Pasan cuatro horas, suena la alarma del móvil.

- Apágalo, apágalo, apágalo, anda, apágalo.

- Que sí, que ya va, joder- me dice, con voz de niño dormido, y se da media vuelta.

Son las 11. Una hora demasiado decente para levantarse. Le paso la mano por el costado y escondo mi cara entre las pecas de su espalda.

Suena la alarma del móvil otra vez. Son las 12. Ya es una hora indecente, podemos levantarnos.

-Va, no te duermas otra vez. Va, va, va, jo- y me quedo mirando su boquita, que durmiendo así, se parece a la de un Simpson, le toco los labios, que se pegan como ventosas y hasta hacen el ruido, le hago pedorretas en la cara, le tiro de los pelillos de la barba de tres días.
- Jo, no quiero.
- ¿No quieres ir al cole?
- No- y hunde, de nuevo, la cara en la almohada.

Con mis malas artes consigo despertarle y me viene a la mente todo lo que ocurrió ayer y cómo llegué de nuevo, hasta el sofá rojo.

Si, vine a la deriva, ahora me acuerdo, bajando con mi barca hinchable de plástico de colores por el Llobregat. Sí, lo recuerdo, y él estaba allí sentado, pensando en sus desdichas, no siendo él. Al verme, me lanzó un cable, y yo, al no ser él no le reconocí, y yo, que hacía tiempo que no veía un cable, lo cogí sin pensarlo porque la desembocadura y el mar negro estaban cerca.

Me invitó a comer melocotones pochos y, a ciegas, acepté.

me invitó a enjabonarme con el jabón Avón rosa que me traía mi abuela cuando era pequeña y que creía fuera de stock y caí en lo más profundo de su esencia.

- Es el jabón de mi infancia- me dijo, al darse cuenta de que había gastado el poco que quedaba. De pequeño le decía a mi madre que cuando fuera mayor y viviera solo en casa trabajaría para comprármelo.
- El mío también. Qué cosas. Hacía años que no lo olía y pensaba que jamás volvería a hacerlo.
- Magia.
- Sí, será eso, magia.

Y nos olimos las pieles.

Recuerdo las palabras de P. que desapareció, un día, sin más, después de decirme:

- Caerás.
- ¿En qué?
- No sé, en él.

Y no volví a saber nada más de P. Vino, me dio el mensaje y se fue.

Todos re-caemos, sin más.

domingo, agosto 28, 2005

Haiku desidioso

Tiplece, no sé
ni siquiera quien eres
pero estas ahí

haiku elegíaco

Haiku mariposa vete a la mierda

Hey, mariposa
te vas y en el negro fin
desapareces

( se la comió Perarnau)


L.G. / F.G./ J.S.

viernes, agosto 19, 2005

La doble que camina a mi lado (Doppelgänger)

El día después del concierto de Extremoduro me dijo que había vuelto con Alicia. Yo no lo podía creer, aquello de “ahora ya es demasiado tarde, princesa” y de “yo no quiero un amor civilizado” no era cierto. Sentí que me había fallado, que me había traicionado, que no era justo, que eso no, por favor, que eso no. El intercambio de pendientes en el callejón del Ceferino creía que había supuesto un símbolo de que nuestra unión seguía en pie, por más que deshistorias hubieran perpetrado a mala baba en nuestro más perfecto romance.

Al cabo de un par de semanas, me di cuenta de que lo mejor que podría haber hecho era lo que hizo, volver con Alicia, con su hija, todos felices, unidos, y la Laura, una buena amiga con quien fumarse un poco de hierba y tomarse un café con leche corto de café y en vaso en el gótico o en el café Sant Andreu, y ya está. Y bebí rubia la cerveza para acordarme de su pelo durante un tiempo, y lo que no sabéis, queridos, es que odio la cerveza.

Pasaron siete meses hasta que volví a verle, se presentó igual de canalla que siempre, el día de San Jordi, con una rosa azul en la mano “porque Psique, para mí, es azul” me dijo. Volví a quererle todo lo que le quería en un minuto, mientras nos contábamos en el mismo café donde habíamos quedado por primera vez una tarde de julio, qué había sido de nuestra vida durante todo ese tiempo. “Me moría de ganas querido, de verte otra vez”.

Hace unos días me dijo que fuera a buscarle al trabajo. Y allí me presenté, una tarde densa, húmeda, de esas que te calan hasta los vasos sanguíneos, de esas que si te mueves, las has cagado. Por pérdida de sangre y agua masivas sufrí un desdoblamiento. Yo no era yo, sino la que caminaba a mi lado sin yo verla. Algo así como mi doppelgänger. Flotaba, no andaba, se trasladaba desde la parada de metro de Marina hasta Sáncho de Avila como en una cinta de fitness, sin pies, sólo con una cadena de plástico a rayas debajo de sus piernas.

- Ahora salgo, peque, espérate cinco minutos- me dijo por teléfono.
- Vale, pero no tardes, esto está muy raro, la calle, no sé.
- Tranquila, es un momento.

Toda la calle estaba en obras, los peones sacaban la cabeza de entre la arena para decirme que fuera allí con ellos, pero no me lo decían a mí, sino la que estaba a mi lado esperando a David. “Has visto lo que te dicen, Laura sin hierro, Laura de pega, deshidratada, maltrecha, es a ti, ves con ellos mientras sale, anda”. La Laura de pega me miró por encima del hombro y me dijo que ella no iba a ningún lado.

No sé por qué tenía miedo (teníamos miedo, a la de mi lado la notaba espitosa, balanceándose, de lado a lado de la calle, buscando una salida para más tarde, dejando ondear su falda azul al vuelo) eran las seis y media de la tarde, la calle, luminosa, pero densa, pero llena de tierra y de vallas, y de humedad, y tenía miedo, teníamos miedo. Salieron dos tipos de lo más pintoresco en bicicleta por la puerta verde, la misma por donde tendría que salir él. “Ahora va, y sale montado a caballo, ¿qué te apuestas?” -le dije a la Laura que aquella tarde se había colado en mi bolso y se había empeñado a seguirme. “Cualquier cosa te puedes esperar de él, ya lo sabes, querida”- me dijo, tambaleándose, “oye, no me llames “querida”, querida, que ya sabes que no me gusta”.

- Ya está, peque, esperamos al Eloy, ¿vale?
- Vale, tengo ganas de verle.

Sorprendentemente, su mejor amigo, Eloy, me caía muy bien. Muchas tardes las habíamos pasado juntos con más amigos, en la callejuela que lleva del Paseo Fabra i Puig al Hipercor, fumando, hablando de nuestras aventurillas exploradoras.

Un día, lo recuerdo diáfano, mientras subíamos hasta Horta los tres, medio ahogados por la cuesta arriba y el calor, le dije: “Deivid, nosequé”. David miró a Eloy, y de la manera más ñoña posible le dijo “¿Has visto? Me llama Devid, qué mona”. Lo que ustedes no saben es que él odia que le llamen Deivid y justo en ese momento me di cuenta de que me quería. “Toito te lo consiento, mylady, ya lo sabes”. Toito me lo consiente, sí.

Nos despedimos de Eloy y fuimos andando, sorteando agujeros y máquinas despistadas.

- ¿Qué te pasa, Laurita? ¡Qué rara que estás!
- No sé, es que me estoy desangrando, y no he comido demasiado, voy como que me deslizo, así, aquí a tu lado. Encima hay una pesada aquí que no me deja en paz, dale que te pego, que no se calla la tía.
- Joder, peque, yo para sentir eso me tengo que fumar muchos mais eh?
(colleja) Seguimos caminando juntos.
- No te puedes creer lo que me ha pasado.
- ¿Se te ha aparecido Auserón en sueños y le has podido dar la boina?
- No, mucho mejor que eso.
- ¿Hay algo mejor que eso?
- Sí.

Y me cuenta tan tranquilo, tan “desaahogao”, que el otro día vio una chica en el metro, que sintió una conexión extraña, que desde que me conoció a mí no había sentido eso por nadie. Que le dio su número de teléfono, que le llamó, que quedaron, que qué cosas, que si el destino, que si patatín que si patatán, y ahora no sé qué hacer, querida.

(colleja)

- Que no me llames querida, que no lo aguanto. A ver, Deivid, ya te lo dije una vez y te lo repito: si escoges A, es A, si eliges B, es B, porque sino no sale un ABAB insoportable, y no estamos para esos trotes.
- Si ya lo sé, pero tía, joder, no me pegues, ¿eres amiga mía o de la Alicia?
- Soy amiga tuya, pero ya sabes que las mezclas no me gustan, y no me digas radical.

En ese momento yo misma era una mezcla de dos, y no me gustaba. Sentía un poco de rabia, un poco de ese egoísmo que me caracteriza, o a lo mejor no era yo, sino la pesada de al lado: “O sea, que va a dejar a la Alicia por una tipa del metro, manda huevos. Ya que la deja, podría volver conmigo, o no, o yoquesé” pero que piensas, Laura clon, qué tonterías estás pensando, como vas a volver con Ambiental, tú que te crees, ¿Psique? Pues que te enteres que esa huyó en su corcel hace mucho tiempo y no hemos vuelto a saber de ella”.

Fuimos a tomar algo. Me costó reconocer esa calle de día, era por donde acostumbro a salir de noche, con luz, no me había dado cuenta que era la misma.

-Coño, si esta es la calle del Coyote, ¿y este bar? Por la noche debe estar cerrado, porque nunca lo había visto (habiendo pasado unas mil veces por esa esquina, no sé si con un poco de algo de más, pero nada malo).
- Es verdad, gamberra, tú por aquí sales mucho.
- Sí, qué cosas, no me había dado cuenta.


- Un café con leche corto de café y en vaso, por favor.
- Y yo, ¿yo que me tomo? Me encuentro mal, señora camarera, ¿qué me tomo?
Puse la frente en la mesa
- Dios, no me gusta la Coca cola pero, una Coca cola, porque lo que sea, hoy lo vomito. Tengo frío, dame tu tejana. Y puestos a vomitar, arrojo esta mierda.
- Joder peque, ¿vamos a otro lado?
- No no, en esta puta mesa coja estamos bien.

Jugué durante unos minutos a darle golpecitos a la mesa y a disfrutar viendo como el café con leche quedaba a un milímetro de desbordarse en un tambaleo. “Ui, casi”. David me miraba extrañado, mientras decía que no me reconocía.

- “No te fíes de nada que sangre durante cinco días y no mueras” ya sabes, esos sabios de South Park., a lo mejor esta que está aquí contigo no soy yo, ¿no me ves un poco perdida? Dios, qué dolor de cabeza, qué mareo, buf, qué calor, ¿será la menopausia?
- Un poco temprano, ¿no? ¿Ahora calor? Pues dame la chaqueta, que tengo frío.
- Sí, un poco. Sí, ahora calor. Ten.
- Tía, tu no te rayes, que a mi me acecha la pitopausia, a ti aún te queda.
- David, con lo joven que eres, hablas como un puto viejo.
- Hostia, el otro día llevé a la niña a los toros…
- (pobre niña)
- y me dijo una señora si era mi hermana.
- ¿Ves? Aún cuelas por joven, idiota.

Estuvimos unos minutos con la mirada fuera de nuestro círculo, yo, buscando alguna cómplice en los autobuses que pasaban, él, no sé qué demonios detrás de mí.

- Yo… no te lo había dicho pero... hace ya un tiempo que va mal con Alicia. No siento ni frío ni calor, ni chicha ni limoná, vale sí, tenemos relaciones, pero., estamos en el sofá y me dice “Abrázame” y “tía, no me da la gana de abrazarte, ¿por qué vienes ahora?”, pienso.
- Que, ¿me vas a soltar otra vez lo de “ahora es demasiado tarde, princesa”?. Mira, esto es lo último que te digo al respecto: No la líes para volver con Alicia al cabo de tres meses, que nos conocemos. Y que no te sepa mal, pero es que esa historia me suena de oídas (o de entrañas).
- Si ya lo sé… pero…
- Dí que sí
- ¿Qué?
- Di que sí, encima de tu cabeza, ¿no lo ves?
Se giró, algo confundido. Desde mi ángulo visual justo encima de su cabeza lucía un letrero amarillo con letras azules parpadeantes: Dí que sí.
- ¿Que le diga que sí a qué?
- Pues a la vida, ¿no dices que crees en las señales aún? Pues yo estoy viendo toda la tarde ese recuadro salir de tu cabeza, así que ya sabes, Di que sí, pero dilo hasta los 40 y luego cásate, pateate las flores, vuelve a mi cama, prueba la de la del metro a ver qué tal, y luego vuelve y vete, y vete más allá, y que no te frene nadie, que se nos ha quedado pequeño todo.
- Será porque siempre he estado yo del lado del pescado, ¿y quién habría pensado que pescado fuera a estar yo del otro lado? Si es que en el fondo tú y yo somos iguales, espíritus libres, que se nos quedan pequeños los marcos de las relaciones, que siempre hay aquel o aquella a lo lejos guiñándonos el ojo para que caigamos…ahí, en la esquina, para que giremos el rumbo.
- Sí, será eso.
- ¿Sabes? Esto tampoco te lo he dicho pero... después de dejarlo, estuve pensando muchísimo si volver contigo o creer de nuevo en la Alicia, y como me dijo mi tía “Elijas lo que elijas, elegirás mal, no te preocupes”.
- Qué cosas.

Añadamos una pequeña información: yo no sabía que él se había replanteado volver conmigo ni un mísero segundo, con lo cual, mi cara de perdida y por qué no, un poco de gilipollas (no, de sopayasa no, que lo de sopayasa es con el otro insecto de los cojones) aumentó, pero aguanté el tipo y tal.

El juego de mirar a otro lado sobrevino otra vez. Me encantaba estar en silencio con él, sin mirarnos siquiera. Pero, le sentía tan lejos, estaba a un metro de mí y le sentía tan lejos.
- Vámonos, Ambi, porfi, me estoy agobiando, vamos a pasear o algo.

Y volvimos a estar juntos, caminando él, flotando yo, de nuevo por Marina.

- ¿Sabes lo que me dijo Lucía el otro día?
- No.
- ¡Que si me acuerdo de que tengo una amiga que se llama Laura!
(risas)
- Pero qué bonita que es, no me la traigas, que me la como, y te quedas sin niña, que más, que más te dijo. (se me encendieron los ojos)
- Nada, yo le dije que claro que me acordaba, y que si quería verte, y me dijo que sí.
- Ay, ¡qué bien! Tráemela, sí, sí, sí, tráemela que le hinco el diente. Mira, un banco, cerca de las vías, vamos a sentarnos.

Y retrocedimos un año en el tiempo. Una vesprada de agosto, sentados en un banco de madera, oliendo a Jean Paul Gaultier, maría y café con leche corto de café y en vaso por favor, mezclado con margaritas y essential. A nuestra espalda, una visión pobre y sucia de las vías de tren que yo creí lo más auténtico del mundo en ese momento. A mi Davilillo le parecían deprimentes. Delante de nosotros, unos viejos pisos, unas fábricas semi abandonadas, y las dos grandes torres Maphre de Barcelona

- Eso de ahí delante sí que me parece deprimente.
- ¿Las dos torres?
- Sí, tío, las dos putas torres esas de ahí feas que no sé qué coño pintan, son peores que el pollón de ahí al lado.

Miré el reloj con disimulo porque sabía que era tarde, le di la vuelta hasta que se quedó a la altura de mis venas para ocultárselo, seguimos mirando el infinito y…

Y caí derrumbada a pedacitos en las piernas de Ambiental. Cerré los ojos con el propósito de que la Laura dos me dejara de dar la tabarra y se fue, y por un momento, Psique volvió. Ambiental le acarició, con una mano, el pelo, lentamente, mientras con la otra le cogía la mano. Le pasó los dedos repetidamente con cariño entre el pelo, largo, el pelo, mientras Psique, inmóvil, se sentía tan bien después de un año de huida sin descanso. Hasta que le pasó un dedo por el entrecejo y le hizo cosquillas.

- Umm… me haces cosquillas… paraaa
- Eres como un bebé.
(silencio)
- Oye… Antes, cuando hablábamos de los 40, de casarse a partir de esa edad y yo dije: no sé con quien se casará Ambiental, es mentira, Ambiental sólo se casaría con Psique: “No more princess in the Ambiental Kingdom”. David…David si que no sé con quién se casará.
- Pero Psique se fue y no ha vuelto.
- Sí, mírala, esta aquí con Ambiental.

Sin abrir los ojos le sonreí y vi su sonrisa. Un ruido estrepitoso nos alertó.

- Están rompiendo la barrera del sonido, ¿lo oyes? Una vez, desde nuestro colegio, la Pegaso, mientras jugábamos a fútbol lo oí… y…
- Deivid, es un tren, que viene detrás de nosotros.
- Ah, sí, es un tren. Peque, ya es hora...
- Mierda, he dejado el reloj al descubierto girando la mano para que me la cogieras. Qué fallo.

Psique y Ambiental se abrazaron y se fueron cielo arriba con sus pegasos.
David besó en la cabeza a las dos Lauras siamesas, siguieron hasta el metro planeando su próximo encuentro.

No más princesas en el reino de Ambiental, nos vemos en Lisergikum, querida, soy yo, ¿no me conoces? soy el que te habla cuando escuchas voces, oh sí, ambiambiambuababua, al pasar se han de inclinar siempre ante ti, Anda, acuéstate, apocalíptico, te quiero, yo también, nos vemos pronto, cuídate, cuídate.

miércoles, agosto 17, 2005

La Maga impaciente

La Maga acertó al pensar que las piraguas, aunque bohemias (no más que las canoas con cenefas) no eran prácticas para desplazarse al centro de su universo.
Decidió irse volando con un ala delta. Hizo cálculos rápidos: si se tiraba desde lo más alto del Pirineo y mantenía el vuelo planeando por la Meseta podría estar en la sierra en apenas tres horas. Pero... quizás no llegaba a tanto la caida planeada, y le sobrevino a la cabeza otro modo de desplazarse: iría patinando por los raíles del tren, algo sin pérdida y sin pérdidas, eficaz, con su trayectoria marcada, recordemos su pésima orientación o no, no hace falta.

- Laura, tu avión sale del Prat el lunes 5 de setiembre a las 14,30 horas.
- Vale, gracias.

sábado, agosto 13, 2005

La Maga espera

Un día se cansó de buscar a La Maga entre redes e historias y a ella sólo le quedó la espera/
La Maga se quedó sin su dosis de puntos diaria, y la buscó a golpe de labio por otros lugares, pero no tenían el mismo sabor que el del tabaco de liar al que ella estaba acostumbrada/
Buscó en las botellas de lambrusco helado, en los tarros de plástico de Lactovit y en los mares de CK One, se bañó en la mezcla de ellos, bebiéndoselos a litros indigestándose mientras se imaginaba que él volvía y los absorbía con ella dentro/

La Maga seguía esperando a que viniera y le tatuara puntos suspensivos por todo el cuerpo y ya no le hicieran falta más sucedáneos/
Encontró comas, comillas, cedillas de las ces con cedillas, algún asterisco suelto y un par de paréntesis de una sonrisa en el metro/ Pero de puntos, ni rastro, los tenía él en su cajón de puntos, atado con unas gomas de pollo infranqueables/

La Maga se hartó de esperar, cogió una piragua de color verde e intentó buscar una conexión lógica entre el Ebro y el Manzanares, y allí se fue de puntillas en busca del cajón puntilloso llena de puntos y seguidos, puntos y aparte y puntos suspensivos /
La Maga no pudo acabar este cuento sin ello, toda una tragedia, y hasta que no consiga romper las gomas de pollo no podrá poner punto y final /

Ayudadla, anda, contadle algún secreto del día, que el de partir los dos puntos está demasiado gastado//

viernes, agosto 05, 2005

Juego de Bito: La vida de los tarros

(Para los que no sepan de que va el tema, el señor Bito, con sus zapatos llenos de barro, propueso un juego: escribir un texto que tenga como temática "ceniza" o "tarro", allá va...)

Un bote, un pote, un recipiente de cristal, de plástico, de metal, de vida, de macarrones.
No te comas el tarro, te tengo en el bote.
Te encierro y te tapo con pez. Pobres princesitas nonchalances, que lloran desconsoladas.
Quillo, déjame algo de propinilla en el bote, a er favó.

Pasen pasen.
En el recipiente de la cocina hay un poco de sal para la existencia. En el del lavadero, algo de jabón líquido para lavarla y suavizarla, algo sencillo, sin complicaciones, en un visto y no visto, tu vida como nueva.

Un bote, dos botes, tres botes, mil millones de ¿botes? No, de pesetas en el bote de la primitiva.

Un tarro donde todo se guarda para luego, donde todo se reprime por si acaso se va. La harina, sin ir más lejos, se cuela por los poros que nadie ve del cristal, por las noches, para mirarse en el espejo del lavabo.

El tarro de colonia pulveriza las flores de plástico de salón, nuestra piel inodora, peuveizada de por vida.

El tarro de cerámica luce flores tiesas, pero yo, las dejo secar boca abajo, regadas por una laca de un bote de laca que se dice llamar Nelly.

Me salgo del recipiente, meo fuera de tiesto. Me deslizo por el tapón rojo de un tarro de colacao después de haberme tragado cien cucharadas de polvo dulce, me deshago en tos, bebo un poco de leche y me convierto en Nocilla.

Un tarro, dos tarros, tres tarros (¡Coño el Continente!) se me cayeron, seguidos al suelo y ahora me he quedado sin. Un tarro, dos tarros, tres tarros de oferta en el Ikea con dos círculos concéntricos de los cuales salen burbujas amarillas los sustituyeron.

Qué fácil el mundo de los tarros. Aplíquemonos el cuento, yo por ejemplo, esta noche empiezo.


(Esto fue escrito de Sant Andreu a Fondo, mientras jugaba a sonreír pillinamente a una niña en un carrito, y haciéndome la despistada escribiendo ensimismadamente cuando le decía a su padre, riendo: la nena me mira. El padre, se giraba, no encontraba a nadie sospechoso, y la tomaba por loca. Otra princesita Nonchalance)