jueves, febrero 22, 2007

Vuelve para irse

En el sueño le digo a un chico guapo de mi clase que siempre que sueño con mi padre, le veo de lejos, con el chándal del Real Madrid, como ese hombre de ahí, como ése que estamos viendo ahora. Le digo que nunca me atrevo a acercarme, por miedo de que resulte ser otra persona. Pero es mentira, es sólo en ese sueño. En otros le abrazo. Su barriga prominente y peluda me impide cercarlo del todo, pero le abrazo, y noto los pelos en mi piel. Quizás estamos en la playa, quizás en casa (en la cocina, en el salón) pero siempre tengo la certeza de que se va a volver a morir de aquí a dos o tres meses. Y entonces le abrazo aún más fuerte, sabiendo que es para mí, pero que también es algo que debo comunicar a mis hermanos que no están ahí en ese momento: me ha elegido a mí como mensajera.

En el día a día, le veo por el retrovisor de mi coche cuando estoy parada en un semáforo. Sí, es él, no puede ser otro. Es su Renault Express blanca, es su jersey de antaño roído, es su barba recia de tres días, incipientemente canosa, es su pelo algo descuidado, es su olor a after shave barato que puedo percibir desde aquí. Pero tengo la misma sensación que en el sueño, me da miedo girar la cabeza y que no sea él, poner los dos coches en paralelo, mirarle de perfil, y que no sea él.
Le reconozco entre tantos hombres de mediana edad… todos podrían ser él, cualquiera podría ser él: curva de la felicidad, de la cerveza, asomándoles por encima de los pantalones caídos, sujetados por el cinturón, papada algo hinchada (algunos, descubro, toman cortisona), aire cansado en los ojos, andares de pies abiertos, y manos rudas y callosas.

Todos podrían ser él, pero ninguno lo es, y los ratos en que vuelve, sólo lo hace unos minutos, los justos para darme cuenta de que debo abrazarle de nuevo y dejarle morir.