miércoles, diciembre 28, 2005

Algo que se escribe y una amiga te hace dar cuenta de que no debes enviar pero que como te ha quedado bonito, lo publicas en tu blog

Hace un par de semanas pensé que podría tener un pequeño detalle contigo, lo sentí así, tal cual, algo como un regalo de una amiga poco invisible. Empecé a releer Rayuela sabiendo que tú no lo harás tal y como te dije que, por favor, lo hicieras, y a sacar los fragmentos que yo creía más especiales, en los que aparecen la Maga y Horacio de una manera que hace sentir. Maga, Maga, Maga, tan frágil que llora migajas de pan.

Pero después desinflé ese pensamiento, al recordar que sé que las palabras que salen de mí, al llegar a ti pierden su sentido, su valor, su contexto, todos sus sentimientos, y que por lo tanto, con las de Cortázar, Horacio, la Maga, podría ocurrir lo mismo. Tantas son las cosas que he escrito y no has leído, Iván, pero mejor así. No sé por qué tus ojos no saben leerlas, tu cerebro no las puede procesar con el mismo sentido, y tu nosequé interno se hace el loco para que no le entre nada. Lo mismo pasará con esta introducción, al escribirla sé que cuando tú la leas será como si se quemaran en un incendio de un bosque imaginario provocado por un despiste de un duendecillo haciendo una hoguera para alumbrar a una duendecilla a la que quiere conquistar. Pero aquí están, tan huidizas como siempre, las palabras, digo, que se escapan y se van contigo, supongo que ellas te quieren más que yo. Siempre les da por grandificarlo todo y hacerlo más profundo de lo que en realidad es, ellas son así de idiotas, como la mano ejecutora que hay detrás.

Ya no he seguido extrayendo nada de Rayuela para ti.
Pero esto es lo que hay

Y es que no tienes la culpa, Iván, tu eres así y yo asá, lo malo es que ambas maneras de ser son muy iguales aunque parezcan tan diferentes. Sólo les separa una vocal. Y el así y asá mientras más lejos, mejor.

Fragmentos especiales de Rayuela. Julio Cortázar

“Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da cites precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico”

“Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que ansiábamos para encontrarnos”

“y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro”.

“Cómo podía yo sospechar que aquello que parecía tan mentira era verdadero, un Figari con violetas de anochecer, con caras lívidas, con hambre y golpes en los rincones. Mas tarde te creí, mas tarde hubo razones, hubo madame Leonie que mirándome la mano que había dormido con tus senos me repitió casi tus mismas palabras. "Ella sufre en alguna parte. Siempre ha sufrido. Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente el Pont des Arts." (Una pinaza color borravino, Maga, y por que no nos habremos ido en ella cuando todavía era tiempo.)

“Y mirá que apenas nos conocíamos y ya la vida urdía lo necesario para desencontrarnos minuciosamente. Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos, y entonces primero cosas como estrellas amarillas (moviéndose en una jalea de terciopelo), luego saltos rojos del humor y de las horas, ingreso paulatino en un mundo- Maga que era la torpeza y la confusión”

“Dejábamos las bicicletas en la calle y nos internábamos de a poco, parándonos a mirar el cielo porque esa es una de las pocas zonas de París donde el cielo vale mas que la sierra. Sentados en un montón de basuras fumábamos un rato, y la Maga me acariciaba el pelo o canturreaba melodías ni siquiera inventadas, melopeas absurdas cortadas por suspiros o recuerdos”


Hasta aquí llegué, no son muchas páginas, ves, me di cuenta a tiempo.

Lo publico porque me ha quedado bonito, dicen por ahí y porque sé que tú no lo vas a leer. Seguro que ni siquiera te acuerdas de que tengo un blog, pues imagínate perder cinco o seis minutos en leer algo de vez en cuando. Estás demasiado ocupado enamorándote cada segundo un poco más de ti mismo como para hacerlo. Y si llegas, Iván, esta es sólo una cosa más de las muchas que te he escrito para mí.

miércoles, diciembre 14, 2005

¿A dónde van los ...?

- ¿A dónde van los puntos suspensivos?
- Al humo que se escapa de tu cigarrillo.
- A veces me dejas sin palabras.
- Tú a veces me dejas sin puntos. Como cuando dices que el amor no se va, que se arranca, o se pierde como se pierden los mecheros azules y pequeños.

L&B again.

miércoles, diciembre 07, 2005

Aleix ya ni me mira

O igual, la que miraba, era sólo yo. (y él se extrañaba)

sábado, diciembre 03, 2005

Juego: "Hoy me hago pasar por..."



Lolita, sí, de Kubrick, una de las películas en que se saca más partido a la sensualidad juvenil, casi infantil. ¿A quién no le pone la escena del caramelo? ¿Y la de la mecedora? Ríete tú de esas fantasías sexuales con Nueve semanas y media, con lo asqueroso que es tener reseco todo ese potingue en tu cuerpo.

La cosa es que tengo ganas de un buen polvo, hace mucho ya que no siento algo así, aprovecharé algo de los pintores que rondan por casa para proponerles algo, y hacer una escena de película: el rodillo deslizándose por mi cuerpo, esas gotas de pintura haciendo un mosaico por mi vientre… Después, proponerle ir a tomar algunos tequilas, sin excusas que valgan, le conduciré al lavabo, juego de sombras y humedades, y le susurraré al oído que demuestre qué sabe hacer con las manos además de pintar. Eso sí, sólo sexo, quemaré su tarjeta de pintor, porque sino luego te lías, acaba siendo una serie de polvos, descubres que tiene novia y se te ha jodido todo. ¿Se puede separar esa amistad sexual del amor? Es difícil. Bueno… voy a decirles que me pinten algo.

Lo de Lolita… porque con quince años llegué a pensar que era una ninfómana y me sentí algo identificada. Lo único que no me cuadra es que, yo, nunca he estado con un chico tan mayor, sería una Lolita invertida, pero eso es algo que contaré otro día.

sábado, noviembre 19, 2005

Tócame las pestañas mojadas, pobre Rocamadour

- ¿Quieres tocarme?
- ¿El qué?
- Las pestañas mojadas.
- ¿Por que están mojadas?
- Porque Rocamadour se muere.
- ¿Crees que llego?
- Si estiras un poco el brazo, sí.
- Sí, es cierto, te toco la cara.
- ¿Y qué notas?
- Tu cara
- ¿Y que más?
- Que esta un poco mojada.
- ¿Por qué?
- Parece que has llorado
- Sí, porque quiero tanto a Rocamadour y se muere…
- Podrás quererlo igual.
- Igual vivo que muerto, pobre Rocamadour.
- Qué cosas
- ¿Y qué hacemos ahora?
- Depende de si estás o no.
- Supongamos que estoy, ¿y ahora qué?
- Hacemos lo que tú quieras.
- Lloramos.
- No tengo.
- Lágrimas.
- Sí.
- Te presto algunas.
- No.
- Desagradecido.
- No me tengo ganas.
- ¿Y a mí?
- No soy capaz de saber qué son las ganas
- Vámonos a dormir.
- Me parece bien.
- Cierra los ojos. Cierro los ojos. Y ya.


L & B

lunes, noviembre 14, 2005

Ya no sé qué soñar

No, esta noche no puedo dormir más porque ya no sé qué soñar.(*)
He ido a todas partes, he hecho todo lo posible, he navegado por el Llobregat con una barquita de plástico, he caído en ala delta desde el Pirineo hasta la Meseta.
Me tiré, hace tiempo, desde un puente de metal rojo y no me acuerdo de haber llegado al suelo, me tiré desde un rascacielos con un corazón (decían) alado sin pilas.
Estuve en un bosque en construcción donde los árboles carnívoros me mordían los pies. He estado con los muertos y con los vivos que están en el lado de allá, he vivido en los años veinte, en los sesenta, he vuelto a nacer en los ochenta, he vuelto a ponerme los zapatos de charol, la diadema y los pasadores de fresa en el pelo, la falda roja de vuelo. He soñado con las vidas que tuve y que no tendré más.
He soñado con todo lo que no me vas a decir y con lo demás que no vamos a vivir.
Y esta noche es inútil duerma más porque ya lo he soñado todo, y tengo calor, y son las siete, y me duele la boca y el estómago y los dedos y las pestañas resecas, y no hay nadie en mi cama que no sea mi edredón. Ya no tiene sentido soñar más. Voy a buscarte.


* Reflexión real de la pasada noche entre el sueño y la vigilia.

sábado, octubre 29, 2005

De cuando me exiliaron y crucé el Besós

Y me exiliaron. Ni por motivos de guerra ni de salud, ni por clima político revoltoso ni por aire húmedo. Me obligaron a hacer el salto de mi vida y a partir de ahí, ya todo fue diferente.

De Sant Andreu

Y me exiliaron
De esas calles estrechas donde se pueden descubrir las intimidades del vecino de enfrente, donde las cortinas, si no son de terciopelo negro, no tienen sentido.
De ese aire triste, melancólico, solitario, heredero de algo en común, de ese aire nostálgico.
De esas aceras llenas de pivotes y naranjos plastificados sin olor azahar, de esas eternas ganas de comerse sus naranjas de cera bajo la eterna amenaza de tu madre de que si te comes una, te mueres.
De esos eternos plátanos con sus enormes hojas marrones crujientes en otoño, que te mueres por que se caigan para recogerlas y pegarlas con pegamento blanco en el mural de tu colegio: La tardor. De esa forma de mano de sus hojas, y en primavera, los ininterrumpidos estornudos de tu madre por esas malditas bolas de los plátanos y los plátanos de los huevos.
Del sabor eterno de las bolitas de caramelo que te daba Teo el de la farmacia cuando ibas enferma a por el Ceclor de fresa o el Flumocil Oral de naranja y que jamás vuelves a probar, y que te enteras diez años después de que se ha muerto de un cáncer, Teo y sus bolitas de caramelo, como todos. Quizás también se murió de eso el del quiosco, que te regalaba Clays y Palotes cuando ibas a por el primer fascículo de alguna colección de Planeta o RBA a 100 pesetas, a 99 o a 95, y que tu madre no te compraba el segundo porque era muy caro, y te convertías en la eterna coleccionadora de los primeros fascículos de todo.
De los columpios de la Plaza de las Palmeras llenas de palomas camicaces y del eterno tobogán oxidado, de esa tierra olida, mordida, masticada y restregada por tu jersey de lana blanco, de ese cemento patinado. De ese red skin y del okupa paralítico. De la bodega donde se recargaba el sifón para echárselo a tu padre los domingos en el Martini negro, de la panadería de los eternos bastoncillos que llenabas de babas desde tu carrito, ahora cerrada conservando ese eterno letrero naranja rosado, vacía. Del paisano (que años después de enteras que no es paisano) que te vendía cien gramos de jamón en dulce a las ocho de la tarde cuando tu madre se había puesto la bata de estar por casa y bajabas corriendo a la tocinería, de esa guardería verde con los chillidos de los retoños en el comedor, escuchados por un tubo desde el terrado.

De ese bloque de pisos descolorido, sin balcones, de textura rugosa pasada de moda, con ese portal inmenso que te parecía la definición perfecta de lo que se considera grande y que, cuando lo ves diez años después, te das cuenta de que no sería la definición ni de pequeño. De esa calle Castellbell número cinco segundo segunda, de ese 3468571 inexistente. De esas vecinas catalanetas a las que le encantaba hablar con la niña de los ojos negros (como dos aceitunas) a través del patio de luces, donde se tendían los trapos sucios y donde nunca se pueden olvidar los horteros estampados de los plásticos de tapar la ropa, ni mucho menos las baldosas de los lavaderos, donde el olor a coliflor y a huevo frito estaba en las entrañas y donde tu madre cuchicheaba contándole a la señora Isabel que no podía entender como tu vecina ,la señora Rosa, no se moría de colesterol comiendo morcilla todos los días.
Y eso a los trece años me lo quitaron.
Y me hicieron cruzar el Besós.
Y me llevaron a la frontera del bien y el mal, entre Santa Coloma y Badalona, y ya nada fue lo mismo.

A Santa Coloma

A Santa Co, Santaquemola, Santaqueroba, Santa la madre que la parió, que no la aguanto.
A donde vivía toda la familia de mi madre: mi abuela inválida, esa mujer que al nacer se equivocó de siglo, que de saber leer, hubiera sido la mejor amiga de la Pasionaria, esa mujer del culo en un columpio que desatendía a mis tías y a mi madre y a la que en su pueblo aún la recuerdan como la María de Laura, aquella que raparon a cero los nacionales, aquella que tenía los huevos más bien puestos de toda la Serranía de Ronda. Mi abuelo, que se hizo viejo a los cuarenta años, que jamás movió un dedo por nadie, un hombre sin sal, sin chicha y sin limoná, de esos que se esconden de todo, que no enseñan nada, la sombra de mi abuela la dictadora. La imagen más clara y más significativa que recuerdo de ellos: uno, en el sofá, poniéndole la zancadilla con el bastón astillado al otro cuando iba al lavabo o la de mi abuelo persiguiéndola hasta la peluquería, celoso hasta de los rulos.
Allí, mis tías, mi tío el exiliado al barrio de encima de la montaña con su esposa odiosa, y lo más importante de mi familia, el imperio del Bar Restaurante El Cruce, el más famoso de Santa Coloma, el de los caracolillos y las bravas y esas colas interminables, eternas, de las pocas colas que uno hace por gusto. El bar de mis tíos (por ahí aún tiemblan o se sorprenden cuando explico mis vínculos con el gran Cruce).
y eso es Santa Coloma, un gentío, una muchedumbre, una densidad de población, una contaminación acústica por culpa del Reaguetton y de Bisbal y de la madre que los parió a todos. Esa vista dañada por los atuendos de las chiquillas de barrio, esos oídos destrozados por los chillidos de la Jessy.
Eso es Santa Coloma, un montón de niños con una sensación de sinfuturo en los ojos... con mirada de desazón, con la cara sucia de vete tú a saber qué sentados en cualquier portal, ese porro a los doce, esa Yamaha a los catorce, ese coche tunning a los dieciocho, esa muerte prematura en la Ronda de Dalt.
Esos chinos paquistaníes marroquíes con sus imperios, sus zapaterías, sus locutorios, sus top manta, sus tiendas de todo.
Y Santa Coloma es las obras del metro de la linea 9, como si no tuviéramos suficiente con la linea 1, la roja, la primera.
Santa Coloma es una población en re-construcción, donde no logro comprender como coño un piso vale setenta millones en esta pocilga, pero mi casa es un oasis y eso es lo que me salva, lo que me mantiene aquí. Tengo la sensación de que yo solo voy a estar en ese proceso de transición, de crisis, el más duro, siempre de reconstrucción.
Cuando no haya una valla amarilla en santa Coloma yo me iré de aquí, a Sant Andreu,
a dejar de ver cómo los inquilinos que están en mi piso tienen una cortina que no es la mía, que miran por mi ventana y yo no puedo, que duermen bajo mi techo mientras yo, desde la calle, miro hacia arriba. Aunque sea un piso pequeño y triste, aunque mi percepción de lo grande y de lo pequeño haya cambiado, me da igual yo me voy de mi palacio a mi cuchitril, porque es mi cuchitril, y punto.

jueves, octubre 13, 2005

Historia de un R 12 amarillo plátano (Capítulo I)

Aún recordaba el olor: humedad, vómitos resecos y gasolina en escapada.
El color de su tapicería: verde rancio y su tacto de terciopelo rasposo.
Aún recordaba la tonalidad de su carrocería oxidada: amarillo plátano descolorido.
El ruido exacto de su motor quemado al girar la calle San Francesc para aparcar en Francesc Macià delante del Cigaló: iiiiggññññhhhhh brf brf bruf
Y de lo que más se acordaba: de su eterna gotera en el techo de tela áspera.


Hace poco me encontré a su hermano en una calle de Montjuïc. Al preguntarle, me dijo que había muerto hacía unos diez años y que él era de los pocos que quedaba de su estirpe extirpada y pasada de moda. Se sentía muy solo, pero que le quedaba algo de alegría porque una de las últimas veces que había visto a su hermano, le había contado que había sido muy feliz durante sus veinte años de vida: una buena vivienda, un paseo los domingos, un esposo y una mujer estupendos y tres retoños encantadores, a pesar de que la pequeña de los tres no se acabó de adaptar nunca a él: vomitaba, se quejaba, se quejaba, se quejaba, cuando llegamos, me estoy haciendo pipi, me estoy haciendo caca, cantaba mil elefantes y luego otros mil más, hundía tres mil barquitos que no sabían navegar y luego lloraba por la desdicha de su naufragio (hasta que su madre cambió la versión y el barquito aprendió a navegar de una puta vez), sacaba la cabeza por la ventana para airearse y cuando no podía más, se iba al maletero a beber el agua de las goterar y a bañarse en la gasolina que se escapaba para huir de su mareo.

Se llamaba Plátano y a pesar de su maltrechidad con la pequeña, ella le adoraba a ratos. Su sueño más sonado y nunca llevado a cabo era transformarle en un plátano gigante de gomaespuma y llevarlo a esa festividad barcelonesa que acababa en Can Dragó y que consistía en disfrazar a los coches y pasearlos por la Ciudad Condal.

El hermano de Plátano, Bananito, me contó que él no había tenido tanta suerte y que durante los últimos años le habían utilizado básicamente para llevar muebles viejos, piezas robadas de coches, sillas de playa y parasoles importados de China. Pero que su dueño, de dudosa legitimidad, le había vendido por 100 Euros a un moro y que le miraba con recelo, no por el color, Dios le libre, él era amarillo, aún más sospechoso, sino porque había visto una vez por la A7 Dirección Tarragona a un primo suyo, Rosendo, cargado hasta los topes de bártulos envueltos por plástico azul (que bien le recordaban a aquel con el que envolvieron el cadáver de Laura Palmer en Twin Peaks) con cinco moros dentros, y que, con todos sus respetos, él ya no estaba para esos trotes. Después se puso algo más triste y me contó, entre lágrimillas de aceite, que lo mejor que le podría haber pasado era haberse ido con su hermano al desguace y haber hecho la coña de Rest in Pieces, como la Mery Jane aquella de la Parafina... en fin.
Le abracé, allí en lo más alto de Montjuïc, y le prometí que volveríamos a vernos, que tenía una sopresa muy grande para él.

(continuará)

lunes, agosto 29, 2005

Re-caer

Me despierta el sonido de un avión que aterriza cerca de su casa. Miro hacia la pared y veo el poster de los Beatles. Mierda, estoy en el Prat, ¿Qué coño hago aquí otra vez?
Me giro y le veo durmiendo, boca abajo, con los brazos por encima de la cabeza y la cara hundida en la almohada. No sé cómo no se ahoga. Me siento en la cama. La claridad que entra por la ventana me molesta. Paso por encima de él con cuidado para no despertarle en busca de las correas de la persiana. No hay correas, ni persiana, ¿Cómo que no hay persiana? Digo en voz alta: ¿No hay persiana? No responde. Vuelvo a la cama, me giro hacia el otro lado e intento dormirme de nuevo, es muy temprano todavía.

En sueños, zas, me quedo con toda la sábana.
Zas, me quedo sin sábana. Me las ha quitado.

Para no armar un zapitiesto de buena mañana decido taparme con la funda. Pasan cuatro horas, suena la alarma del móvil.

- Apágalo, apágalo, apágalo, anda, apágalo.

- Que sí, que ya va, joder- me dice, con voz de niño dormido, y se da media vuelta.

Son las 11. Una hora demasiado decente para levantarse. Le paso la mano por el costado y escondo mi cara entre las pecas de su espalda.

Suena la alarma del móvil otra vez. Son las 12. Ya es una hora indecente, podemos levantarnos.

-Va, no te duermas otra vez. Va, va, va, jo- y me quedo mirando su boquita, que durmiendo así, se parece a la de un Simpson, le toco los labios, que se pegan como ventosas y hasta hacen el ruido, le hago pedorretas en la cara, le tiro de los pelillos de la barba de tres días.
- Jo, no quiero.
- ¿No quieres ir al cole?
- No- y hunde, de nuevo, la cara en la almohada.

Con mis malas artes consigo despertarle y me viene a la mente todo lo que ocurrió ayer y cómo llegué de nuevo, hasta el sofá rojo.

Si, vine a la deriva, ahora me acuerdo, bajando con mi barca hinchable de plástico de colores por el Llobregat. Sí, lo recuerdo, y él estaba allí sentado, pensando en sus desdichas, no siendo él. Al verme, me lanzó un cable, y yo, al no ser él no le reconocí, y yo, que hacía tiempo que no veía un cable, lo cogí sin pensarlo porque la desembocadura y el mar negro estaban cerca.

Me invitó a comer melocotones pochos y, a ciegas, acepté.

me invitó a enjabonarme con el jabón Avón rosa que me traía mi abuela cuando era pequeña y que creía fuera de stock y caí en lo más profundo de su esencia.

- Es el jabón de mi infancia- me dijo, al darse cuenta de que había gastado el poco que quedaba. De pequeño le decía a mi madre que cuando fuera mayor y viviera solo en casa trabajaría para comprármelo.
- El mío también. Qué cosas. Hacía años que no lo olía y pensaba que jamás volvería a hacerlo.
- Magia.
- Sí, será eso, magia.

Y nos olimos las pieles.

Recuerdo las palabras de P. que desapareció, un día, sin más, después de decirme:

- Caerás.
- ¿En qué?
- No sé, en él.

Y no volví a saber nada más de P. Vino, me dio el mensaje y se fue.

Todos re-caemos, sin más.

domingo, agosto 28, 2005

Haiku desidioso

Tiplece, no sé
ni siquiera quien eres
pero estas ahí

haiku elegíaco

Haiku mariposa vete a la mierda

Hey, mariposa
te vas y en el negro fin
desapareces

( se la comió Perarnau)


L.G. / F.G./ J.S.

viernes, agosto 19, 2005

La doble que camina a mi lado (Doppelgänger)

El día después del concierto de Extremoduro me dijo que había vuelto con Alicia. Yo no lo podía creer, aquello de “ahora ya es demasiado tarde, princesa” y de “yo no quiero un amor civilizado” no era cierto. Sentí que me había fallado, que me había traicionado, que no era justo, que eso no, por favor, que eso no. El intercambio de pendientes en el callejón del Ceferino creía que había supuesto un símbolo de que nuestra unión seguía en pie, por más que deshistorias hubieran perpetrado a mala baba en nuestro más perfecto romance.

Al cabo de un par de semanas, me di cuenta de que lo mejor que podría haber hecho era lo que hizo, volver con Alicia, con su hija, todos felices, unidos, y la Laura, una buena amiga con quien fumarse un poco de hierba y tomarse un café con leche corto de café y en vaso en el gótico o en el café Sant Andreu, y ya está. Y bebí rubia la cerveza para acordarme de su pelo durante un tiempo, y lo que no sabéis, queridos, es que odio la cerveza.

Pasaron siete meses hasta que volví a verle, se presentó igual de canalla que siempre, el día de San Jordi, con una rosa azul en la mano “porque Psique, para mí, es azul” me dijo. Volví a quererle todo lo que le quería en un minuto, mientras nos contábamos en el mismo café donde habíamos quedado por primera vez una tarde de julio, qué había sido de nuestra vida durante todo ese tiempo. “Me moría de ganas querido, de verte otra vez”.

Hace unos días me dijo que fuera a buscarle al trabajo. Y allí me presenté, una tarde densa, húmeda, de esas que te calan hasta los vasos sanguíneos, de esas que si te mueves, las has cagado. Por pérdida de sangre y agua masivas sufrí un desdoblamiento. Yo no era yo, sino la que caminaba a mi lado sin yo verla. Algo así como mi doppelgänger. Flotaba, no andaba, se trasladaba desde la parada de metro de Marina hasta Sáncho de Avila como en una cinta de fitness, sin pies, sólo con una cadena de plástico a rayas debajo de sus piernas.

- Ahora salgo, peque, espérate cinco minutos- me dijo por teléfono.
- Vale, pero no tardes, esto está muy raro, la calle, no sé.
- Tranquila, es un momento.

Toda la calle estaba en obras, los peones sacaban la cabeza de entre la arena para decirme que fuera allí con ellos, pero no me lo decían a mí, sino la que estaba a mi lado esperando a David. “Has visto lo que te dicen, Laura sin hierro, Laura de pega, deshidratada, maltrecha, es a ti, ves con ellos mientras sale, anda”. La Laura de pega me miró por encima del hombro y me dijo que ella no iba a ningún lado.

No sé por qué tenía miedo (teníamos miedo, a la de mi lado la notaba espitosa, balanceándose, de lado a lado de la calle, buscando una salida para más tarde, dejando ondear su falda azul al vuelo) eran las seis y media de la tarde, la calle, luminosa, pero densa, pero llena de tierra y de vallas, y de humedad, y tenía miedo, teníamos miedo. Salieron dos tipos de lo más pintoresco en bicicleta por la puerta verde, la misma por donde tendría que salir él. “Ahora va, y sale montado a caballo, ¿qué te apuestas?” -le dije a la Laura que aquella tarde se había colado en mi bolso y se había empeñado a seguirme. “Cualquier cosa te puedes esperar de él, ya lo sabes, querida”- me dijo, tambaleándose, “oye, no me llames “querida”, querida, que ya sabes que no me gusta”.

- Ya está, peque, esperamos al Eloy, ¿vale?
- Vale, tengo ganas de verle.

Sorprendentemente, su mejor amigo, Eloy, me caía muy bien. Muchas tardes las habíamos pasado juntos con más amigos, en la callejuela que lleva del Paseo Fabra i Puig al Hipercor, fumando, hablando de nuestras aventurillas exploradoras.

Un día, lo recuerdo diáfano, mientras subíamos hasta Horta los tres, medio ahogados por la cuesta arriba y el calor, le dije: “Deivid, nosequé”. David miró a Eloy, y de la manera más ñoña posible le dijo “¿Has visto? Me llama Devid, qué mona”. Lo que ustedes no saben es que él odia que le llamen Deivid y justo en ese momento me di cuenta de que me quería. “Toito te lo consiento, mylady, ya lo sabes”. Toito me lo consiente, sí.

Nos despedimos de Eloy y fuimos andando, sorteando agujeros y máquinas despistadas.

- ¿Qué te pasa, Laurita? ¡Qué rara que estás!
- No sé, es que me estoy desangrando, y no he comido demasiado, voy como que me deslizo, así, aquí a tu lado. Encima hay una pesada aquí que no me deja en paz, dale que te pego, que no se calla la tía.
- Joder, peque, yo para sentir eso me tengo que fumar muchos mais eh?
(colleja) Seguimos caminando juntos.
- No te puedes creer lo que me ha pasado.
- ¿Se te ha aparecido Auserón en sueños y le has podido dar la boina?
- No, mucho mejor que eso.
- ¿Hay algo mejor que eso?
- Sí.

Y me cuenta tan tranquilo, tan “desaahogao”, que el otro día vio una chica en el metro, que sintió una conexión extraña, que desde que me conoció a mí no había sentido eso por nadie. Que le dio su número de teléfono, que le llamó, que quedaron, que qué cosas, que si el destino, que si patatín que si patatán, y ahora no sé qué hacer, querida.

(colleja)

- Que no me llames querida, que no lo aguanto. A ver, Deivid, ya te lo dije una vez y te lo repito: si escoges A, es A, si eliges B, es B, porque sino no sale un ABAB insoportable, y no estamos para esos trotes.
- Si ya lo sé, pero tía, joder, no me pegues, ¿eres amiga mía o de la Alicia?
- Soy amiga tuya, pero ya sabes que las mezclas no me gustan, y no me digas radical.

En ese momento yo misma era una mezcla de dos, y no me gustaba. Sentía un poco de rabia, un poco de ese egoísmo que me caracteriza, o a lo mejor no era yo, sino la pesada de al lado: “O sea, que va a dejar a la Alicia por una tipa del metro, manda huevos. Ya que la deja, podría volver conmigo, o no, o yoquesé” pero que piensas, Laura clon, qué tonterías estás pensando, como vas a volver con Ambiental, tú que te crees, ¿Psique? Pues que te enteres que esa huyó en su corcel hace mucho tiempo y no hemos vuelto a saber de ella”.

Fuimos a tomar algo. Me costó reconocer esa calle de día, era por donde acostumbro a salir de noche, con luz, no me había dado cuenta que era la misma.

-Coño, si esta es la calle del Coyote, ¿y este bar? Por la noche debe estar cerrado, porque nunca lo había visto (habiendo pasado unas mil veces por esa esquina, no sé si con un poco de algo de más, pero nada malo).
- Es verdad, gamberra, tú por aquí sales mucho.
- Sí, qué cosas, no me había dado cuenta.


- Un café con leche corto de café y en vaso, por favor.
- Y yo, ¿yo que me tomo? Me encuentro mal, señora camarera, ¿qué me tomo?
Puse la frente en la mesa
- Dios, no me gusta la Coca cola pero, una Coca cola, porque lo que sea, hoy lo vomito. Tengo frío, dame tu tejana. Y puestos a vomitar, arrojo esta mierda.
- Joder peque, ¿vamos a otro lado?
- No no, en esta puta mesa coja estamos bien.

Jugué durante unos minutos a darle golpecitos a la mesa y a disfrutar viendo como el café con leche quedaba a un milímetro de desbordarse en un tambaleo. “Ui, casi”. David me miraba extrañado, mientras decía que no me reconocía.

- “No te fíes de nada que sangre durante cinco días y no mueras” ya sabes, esos sabios de South Park., a lo mejor esta que está aquí contigo no soy yo, ¿no me ves un poco perdida? Dios, qué dolor de cabeza, qué mareo, buf, qué calor, ¿será la menopausia?
- Un poco temprano, ¿no? ¿Ahora calor? Pues dame la chaqueta, que tengo frío.
- Sí, un poco. Sí, ahora calor. Ten.
- Tía, tu no te rayes, que a mi me acecha la pitopausia, a ti aún te queda.
- David, con lo joven que eres, hablas como un puto viejo.
- Hostia, el otro día llevé a la niña a los toros…
- (pobre niña)
- y me dijo una señora si era mi hermana.
- ¿Ves? Aún cuelas por joven, idiota.

Estuvimos unos minutos con la mirada fuera de nuestro círculo, yo, buscando alguna cómplice en los autobuses que pasaban, él, no sé qué demonios detrás de mí.

- Yo… no te lo había dicho pero... hace ya un tiempo que va mal con Alicia. No siento ni frío ni calor, ni chicha ni limoná, vale sí, tenemos relaciones, pero., estamos en el sofá y me dice “Abrázame” y “tía, no me da la gana de abrazarte, ¿por qué vienes ahora?”, pienso.
- Que, ¿me vas a soltar otra vez lo de “ahora es demasiado tarde, princesa”?. Mira, esto es lo último que te digo al respecto: No la líes para volver con Alicia al cabo de tres meses, que nos conocemos. Y que no te sepa mal, pero es que esa historia me suena de oídas (o de entrañas).
- Si ya lo sé… pero…
- Dí que sí
- ¿Qué?
- Di que sí, encima de tu cabeza, ¿no lo ves?
Se giró, algo confundido. Desde mi ángulo visual justo encima de su cabeza lucía un letrero amarillo con letras azules parpadeantes: Dí que sí.
- ¿Que le diga que sí a qué?
- Pues a la vida, ¿no dices que crees en las señales aún? Pues yo estoy viendo toda la tarde ese recuadro salir de tu cabeza, así que ya sabes, Di que sí, pero dilo hasta los 40 y luego cásate, pateate las flores, vuelve a mi cama, prueba la de la del metro a ver qué tal, y luego vuelve y vete, y vete más allá, y que no te frene nadie, que se nos ha quedado pequeño todo.
- Será porque siempre he estado yo del lado del pescado, ¿y quién habría pensado que pescado fuera a estar yo del otro lado? Si es que en el fondo tú y yo somos iguales, espíritus libres, que se nos quedan pequeños los marcos de las relaciones, que siempre hay aquel o aquella a lo lejos guiñándonos el ojo para que caigamos…ahí, en la esquina, para que giremos el rumbo.
- Sí, será eso.
- ¿Sabes? Esto tampoco te lo he dicho pero... después de dejarlo, estuve pensando muchísimo si volver contigo o creer de nuevo en la Alicia, y como me dijo mi tía “Elijas lo que elijas, elegirás mal, no te preocupes”.
- Qué cosas.

Añadamos una pequeña información: yo no sabía que él se había replanteado volver conmigo ni un mísero segundo, con lo cual, mi cara de perdida y por qué no, un poco de gilipollas (no, de sopayasa no, que lo de sopayasa es con el otro insecto de los cojones) aumentó, pero aguanté el tipo y tal.

El juego de mirar a otro lado sobrevino otra vez. Me encantaba estar en silencio con él, sin mirarnos siquiera. Pero, le sentía tan lejos, estaba a un metro de mí y le sentía tan lejos.
- Vámonos, Ambi, porfi, me estoy agobiando, vamos a pasear o algo.

Y volvimos a estar juntos, caminando él, flotando yo, de nuevo por Marina.

- ¿Sabes lo que me dijo Lucía el otro día?
- No.
- ¡Que si me acuerdo de que tengo una amiga que se llama Laura!
(risas)
- Pero qué bonita que es, no me la traigas, que me la como, y te quedas sin niña, que más, que más te dijo. (se me encendieron los ojos)
- Nada, yo le dije que claro que me acordaba, y que si quería verte, y me dijo que sí.
- Ay, ¡qué bien! Tráemela, sí, sí, sí, tráemela que le hinco el diente. Mira, un banco, cerca de las vías, vamos a sentarnos.

Y retrocedimos un año en el tiempo. Una vesprada de agosto, sentados en un banco de madera, oliendo a Jean Paul Gaultier, maría y café con leche corto de café y en vaso por favor, mezclado con margaritas y essential. A nuestra espalda, una visión pobre y sucia de las vías de tren que yo creí lo más auténtico del mundo en ese momento. A mi Davilillo le parecían deprimentes. Delante de nosotros, unos viejos pisos, unas fábricas semi abandonadas, y las dos grandes torres Maphre de Barcelona

- Eso de ahí delante sí que me parece deprimente.
- ¿Las dos torres?
- Sí, tío, las dos putas torres esas de ahí feas que no sé qué coño pintan, son peores que el pollón de ahí al lado.

Miré el reloj con disimulo porque sabía que era tarde, le di la vuelta hasta que se quedó a la altura de mis venas para ocultárselo, seguimos mirando el infinito y…

Y caí derrumbada a pedacitos en las piernas de Ambiental. Cerré los ojos con el propósito de que la Laura dos me dejara de dar la tabarra y se fue, y por un momento, Psique volvió. Ambiental le acarició, con una mano, el pelo, lentamente, mientras con la otra le cogía la mano. Le pasó los dedos repetidamente con cariño entre el pelo, largo, el pelo, mientras Psique, inmóvil, se sentía tan bien después de un año de huida sin descanso. Hasta que le pasó un dedo por el entrecejo y le hizo cosquillas.

- Umm… me haces cosquillas… paraaa
- Eres como un bebé.
(silencio)
- Oye… Antes, cuando hablábamos de los 40, de casarse a partir de esa edad y yo dije: no sé con quien se casará Ambiental, es mentira, Ambiental sólo se casaría con Psique: “No more princess in the Ambiental Kingdom”. David…David si que no sé con quién se casará.
- Pero Psique se fue y no ha vuelto.
- Sí, mírala, esta aquí con Ambiental.

Sin abrir los ojos le sonreí y vi su sonrisa. Un ruido estrepitoso nos alertó.

- Están rompiendo la barrera del sonido, ¿lo oyes? Una vez, desde nuestro colegio, la Pegaso, mientras jugábamos a fútbol lo oí… y…
- Deivid, es un tren, que viene detrás de nosotros.
- Ah, sí, es un tren. Peque, ya es hora...
- Mierda, he dejado el reloj al descubierto girando la mano para que me la cogieras. Qué fallo.

Psique y Ambiental se abrazaron y se fueron cielo arriba con sus pegasos.
David besó en la cabeza a las dos Lauras siamesas, siguieron hasta el metro planeando su próximo encuentro.

No más princesas en el reino de Ambiental, nos vemos en Lisergikum, querida, soy yo, ¿no me conoces? soy el que te habla cuando escuchas voces, oh sí, ambiambiambuababua, al pasar se han de inclinar siempre ante ti, Anda, acuéstate, apocalíptico, te quiero, yo también, nos vemos pronto, cuídate, cuídate.

miércoles, agosto 17, 2005

La Maga impaciente

La Maga acertó al pensar que las piraguas, aunque bohemias (no más que las canoas con cenefas) no eran prácticas para desplazarse al centro de su universo.
Decidió irse volando con un ala delta. Hizo cálculos rápidos: si se tiraba desde lo más alto del Pirineo y mantenía el vuelo planeando por la Meseta podría estar en la sierra en apenas tres horas. Pero... quizás no llegaba a tanto la caida planeada, y le sobrevino a la cabeza otro modo de desplazarse: iría patinando por los raíles del tren, algo sin pérdida y sin pérdidas, eficaz, con su trayectoria marcada, recordemos su pésima orientación o no, no hace falta.

- Laura, tu avión sale del Prat el lunes 5 de setiembre a las 14,30 horas.
- Vale, gracias.

sábado, agosto 13, 2005

La Maga espera

Un día se cansó de buscar a La Maga entre redes e historias y a ella sólo le quedó la espera/
La Maga se quedó sin su dosis de puntos diaria, y la buscó a golpe de labio por otros lugares, pero no tenían el mismo sabor que el del tabaco de liar al que ella estaba acostumbrada/
Buscó en las botellas de lambrusco helado, en los tarros de plástico de Lactovit y en los mares de CK One, se bañó en la mezcla de ellos, bebiéndoselos a litros indigestándose mientras se imaginaba que él volvía y los absorbía con ella dentro/

La Maga seguía esperando a que viniera y le tatuara puntos suspensivos por todo el cuerpo y ya no le hicieran falta más sucedáneos/
Encontró comas, comillas, cedillas de las ces con cedillas, algún asterisco suelto y un par de paréntesis de una sonrisa en el metro/ Pero de puntos, ni rastro, los tenía él en su cajón de puntos, atado con unas gomas de pollo infranqueables/

La Maga se hartó de esperar, cogió una piragua de color verde e intentó buscar una conexión lógica entre el Ebro y el Manzanares, y allí se fue de puntillas en busca del cajón puntilloso llena de puntos y seguidos, puntos y aparte y puntos suspensivos /
La Maga no pudo acabar este cuento sin ello, toda una tragedia, y hasta que no consiga romper las gomas de pollo no podrá poner punto y final /

Ayudadla, anda, contadle algún secreto del día, que el de partir los dos puntos está demasiado gastado//

viernes, agosto 05, 2005

Juego de Bito: La vida de los tarros

(Para los que no sepan de que va el tema, el señor Bito, con sus zapatos llenos de barro, propueso un juego: escribir un texto que tenga como temática "ceniza" o "tarro", allá va...)

Un bote, un pote, un recipiente de cristal, de plástico, de metal, de vida, de macarrones.
No te comas el tarro, te tengo en el bote.
Te encierro y te tapo con pez. Pobres princesitas nonchalances, que lloran desconsoladas.
Quillo, déjame algo de propinilla en el bote, a er favó.

Pasen pasen.
En el recipiente de la cocina hay un poco de sal para la existencia. En el del lavadero, algo de jabón líquido para lavarla y suavizarla, algo sencillo, sin complicaciones, en un visto y no visto, tu vida como nueva.

Un bote, dos botes, tres botes, mil millones de ¿botes? No, de pesetas en el bote de la primitiva.

Un tarro donde todo se guarda para luego, donde todo se reprime por si acaso se va. La harina, sin ir más lejos, se cuela por los poros que nadie ve del cristal, por las noches, para mirarse en el espejo del lavabo.

El tarro de colonia pulveriza las flores de plástico de salón, nuestra piel inodora, peuveizada de por vida.

El tarro de cerámica luce flores tiesas, pero yo, las dejo secar boca abajo, regadas por una laca de un bote de laca que se dice llamar Nelly.

Me salgo del recipiente, meo fuera de tiesto. Me deslizo por el tapón rojo de un tarro de colacao después de haberme tragado cien cucharadas de polvo dulce, me deshago en tos, bebo un poco de leche y me convierto en Nocilla.

Un tarro, dos tarros, tres tarros (¡Coño el Continente!) se me cayeron, seguidos al suelo y ahora me he quedado sin. Un tarro, dos tarros, tres tarros de oferta en el Ikea con dos círculos concéntricos de los cuales salen burbujas amarillas los sustituyeron.

Qué fácil el mundo de los tarros. Aplíquemonos el cuento, yo por ejemplo, esta noche empiezo.


(Esto fue escrito de Sant Andreu a Fondo, mientras jugaba a sonreír pillinamente a una niña en un carrito, y haciéndome la despistada escribiendo ensimismadamente cuando le decía a su padre, riendo: la nena me mira. El padre, se giraba, no encontraba a nadie sospechoso, y la tomaba por loca. Otra princesita Nonchalance)

sábado, julio 30, 2005

Aleix me mira

Nos conocimos antes de nacer, cuando nuestras madres embarazadas, se cruzaban de vez en cuando por Sant Jaume dels Domenys y hablaban de cúando nacería su segundo niño, de cuándo nacería su tercer niño o niña, porque aunque allá por el año que rondaba por la barriga de mamá Inés las técnicas ya estaban algo más avanzadas y se podía conocer el sexo del bebé por ecografías y demás historias, yo, muy mía, como siempre, (sinó mía, ¿de quién?) me crucé de piernas y no dejé a nadie ver mi sexo hasta el mismo dos de octubre, pero ¿qué se han pensado? ¡Que soy una señorita, por favor!

- El meu nen naixerà allà pel setembre
- Ah, pues yo lo que llevo, nacerá a principios de octubre, más o menos.
- Ah si? Goita (guaita, si..) gairebé al mateix temps. I com es dirà?
- Pues si es niña queremos ponerle Elena, aunque sus hermanos dicen que Elena no, que Elena madalena, que Elena qué pena, que Elena como los polvos de lavar. Y su padre quiere ponerle Azahara, pero los niños le han suplicado que no se lo pongan, que es horrible, que suena a moro, Así que hemos pensado en Laura, como mi hermana y mi abuela, que es bien bonito. Y si es niño… pues Germán, seguramente, porque Alberto me gusta pero ya le puso así mi hermana… (mi madre, que apenas habla) ¿y el tuyo cómo se llamará?
- Doncs potser li direm Aleix, que és ben maco també.
- ¿Y ese en castellano cuál es? Alejo, ¿no?
- Sí, això mateix.

Estoy segura de que desde la barriga de su madre, la de la Fonda, me miraba. Y yo, extrañada, le respondía del mismo modo, intentando curiosear quién era ese niño y por qué me miraba así sin decirme nada.

Pasaron los años, crecimos cada uno en su calle, él en Prat de la Riba y yo en Francesc Macià, sin hablarnos, sólo mirándonos cuando casualmente nos cruzábamos desde una distancia prudencial de cinco metros. Recuerdo con exactitud un día que fui a comprarme un helado al Raïm, el Super Twister, uno de mis favoritos. Iba caminando por Sant Francesc y me percaté de que venía por la otra acera. Eran las tres y media de la tarde de un día de julio caluroso (yo me pasaba los julios enteros en Sant Jaume, ya que a mi padre le gustaba más ese mes para hacer las vacaciones) y recuerdo que o él llevaba una camiseta del Espanyol (o yo). Tendríamos alrededor de diez años, muy pequeños para hablar, todavía. Mientras le iba quitando el plástico molesto a mi suculento helado y me disponía a tirarlo en la papelera de mi calle, él detuvo su paso, y se quedó mirándome, mirándome, mirándome, como alguien que acaba de descubrir algo y se queda paralizado, pensando, asimilando lo que esta viendo, sin cara de asombro, sólo un shock bien disimulado involuntariamente. “Qué niño más raro”- pensé- “A ver si algún día me dice algo, me dice de jugar a pi, o cualquier cosa, además, creo que él es también del Espanyol”.
Más años, más años, crecimos, aprendimos a hablar, a enfrentarnos, a veces de perfil, a la vida, pero bastaba cruzarnos un día perdido, de invierno ventiscoso o de verano pegajoso, de otoño raimat o de primavera almendrada, para que se disolviera todo nuestro aprendizaje y resultara en vano todo lo que habíamos experimentado por separado. Seguíamos mirándonos con una distancia prudencial, él en su local, amb els catalans del poble, preparant els versots i el ball de diables, yo en el mío, con los hijos de inmigrantes andaluces habitantes del pueblo y los restos sobrantes de sitios como Buen Pastor, Bellvitge u Hospitalet que nos aposentábamos en Sant Jaume los fines de semana perturbando el ambiente.

Hasta que un buen día, a su padre, el Sr. Pons de la Fonda, se le ocurrió la brillante idea de crear una terraza de verano llamada “El pati de la Fonda” y él, al cumplir los diecisiete, se puso a servir copas cada noche.

- Un Martini amb llimona, si us plau, posa-li una goteta de grosella, però molt poc, eh? Que sinó no es pot beure…massa dolç
- Amb grosella? A vere si en tinc… si, una gota només? Posa-la tu, millor…
- No, no, posa-la tu.

Estas fueron las primeras palabras que Aleix y yo cruzamos, después de diecisiete años de miradas indefinidas, algo tan banal como pedir una bebida, que por cierto, se pasó con la grosella y en otra ocasión hubiera estado imbebible, pero a mí esa noche me supo al Martini más bueno de mi vida, me había hablado, me lo había preparado, y con eso bastaba, ¿vale?
Después de aquel lapsus linguae, no nos volvimos a hablar. De mes en mes, de trimestre en trimestre, de semestre en semestre, últimamente de año en año, nos mirábamos como descubriéndonos, como aquella primera vez, que teníamos que apartar las pieles de las barrigas de nuestras madres para vernos mejor, por suerte, sólo tuvimos que esperar dos meses él y tres meses yo, de julio a setiembre, de julio a octubre. Seguimos cada uno con su vida, cada uno hablando en y con su vida, pero no de las nuestras. Yo no aparecía por Sant Jaume, ya se sabe, universidad, novios, amigas en Barcelona, vida, Espanyol, no me quedaba tiempo. Mi hermano mayor, que es profesor y aún vive en Sant Jaume a día de hoy, me comentó que le daba clases de repaso, pero que era un caso perdido, que él miraba y miraba, pero que rara vez hablaba, rara vez leía, que le gustaba estar en nuestra casa, entrar en mi habitación y ver algunas fotos mías, que sólo miraba, que rara vez hablaba, que rara vez leía, que este niño era un caso perdido, que pa’ eso, no servía.

Después de casi un año, ahora hace tres días, le vi. Iba con una chica de la mano, y al verme, me miró cinco segundos, reconociéndome, asimilándome, ella és la Laura, i jo, estic agafat de la mà amb l’Esther, què faig? Millor la deixo anar, no vull que la Laura em vegi de la mà de l’Esther.
Y vi, como después de mirarme, soltaba la mano de Esther, y se iba, ensimismado, hacia la puerta de la pista de baile. Adéu, Aleix.
Al día siguiente, le volví a ver, y aunque llevara gafas de sol, noté sus ojos dirigiéndose a mí, otra vez perdidos, otra vez indefinidos. Fui hacia él, y cuando estaba a cinco metros, Dime algo, Aleix, habla, háblame, dime algo, Hola, sóc Aleix. Com et dius? Vols jugar a Pi? Nem al camp de futbol? Se dio media vuelta, dándome la espalda, y yo, pasé cabizbaja, pensando que aquest noi no te remei.

Aleix, Alejo, te tomaste tu nombre a pecho, te alejaste de mí desde antes de nacer, siempre prudencial, aunque nunca estuviste cerca, pero esa mirada, hacía que te sintiera parte de mí, a veces, de mucho en mucho, lo suficiente. Aleix, nunca dejes de mirarme.

Saps? Quan tingui un nen m’agradaria que es digués com tu, Aleix, oi que es maco? Encara que espero que qualsevol dia em digui, Hola Laura, juguem? I es pugui tancar el cercle que un juliol ara fa molts anys, vam començar tu i jo als carrers de Sant Jaume, però.. qui sap? Potser d’aquí a uns anys tornem a tenir un lapsus linaguae i el podem tancar nosaltres mateixos. Fins ençà, t’espero, però no em deixis de mirar, si us plau, perquè sinó ja no tindria sentit buscar-te pels carrers, i mirar-te fins que ens cansem i que cap dels dos sàpiga, qui mira a qui. Un ball confós de nit amb quatre ulls llençant maleïdes espurnes...

martes, julio 19, 2005

Un imperdible en mi zaguán

Zaguán: Del ár. hisp. istawán, y este del ár. clás. usṭuwān[ah]). 1. m. Espacio cubierto situado dentro de una casa, que sirve de entrada a ella y está inmediato a la puerta de la calle


Caminaba descalza un día por un lugar llamado Baetulo pensando en mi vicio de ir con los pies al descubierto y en las insuficientes advertencias de mi hermano mediano que me aseguraba que si iba sin zapatillas, cogería el tifus. Pero ni esa situación mortal frenaba mi rumbo del binomio piel-baldosa.Caminaba descalza y al cruzar la puerta que daba paso de Baetulo a Cultumarquinal (un pueblo a las afueras de Baetulo donde la reina era la señora Apariencia y el olor a rancio era la fragancia más preciada), me pinché. La sangre de mi pie izquierdo dibujó un rastro en las frías baldosas blancas simulando a Nena Daconte en su búsqueda de una farmacia en el sur de Francia. Me agaché para ver qué era lo que me había agujereado el pie y me encontré a un pequeño imperdible abierto en el zaguán. Lo cogí cuidadosamente para guardarlo por si acaso me podía servir algún día y al poco tiempo decidí que quería ser su amiga. Pero apenas coger el imperdible, se cerró. El muy puñetero me avisó de que sólo se abría una vez al año y que mi oportunidad ya había pasado, ya que le había pisado vilmente y raptado sin su permiso para mi uso y disfrute. Entonces, me cogió un poco de manía. Así que tuve que esperar un año más para tener la oportunidad de hacerme su amiga antes de que se cerrara otra vez. Sí, ya lo he dicho, era un imperdible puñetero y muy suyo, algo reservado para sus cosas pero en el fondo de los fondos de los zaguanes más profundos había un trozo de metal que me quería un poco. Me di cuenta en una de esas tardes de desidia en la frontera que me dijo que quería ser independiente, que había un día de verano que lo era, y salía del zaguán para celebrarlo tirando cohetes. Entonces me percaté de que un imperdible cerrado no podía encender mechas de cohetes, y mucho menos de fósforos, de eso que encienden la vida.La decimoséptima vez que se abrió aproveché la ocasión, me disfracé de descosido para que sujetara mis harapos, me hiciera un remiendo con su presencia y no tuviera otro remedio que estar pegadito a mí durante toda su apertura y encerrarme y abrazarme con sus finos hierros en él lo que restara de año de clausura. La trampa que le tendí funcionó, entre cacaolats e historias me dio una oportunidad y en su zaguán me colé con un permiso falso camuflado entre alioli y Fanta de limón. Cuando se dio cuenta del engaño ya era demasiado tarde y había comenzado a quererme, muy a su pesar. Porque ella era un imperdible muy duro y muy cerrado e inaccesible para el mundo mundial y una extraña con afán de protagonismo dejando su rastro de sangre en las baldosas y echándole la culpa a ella no era de su merecer, pero cayó en el error de cogerle cariño y ya estaba sentenciada para el resto de su vida.

Alguien que seguía sus vidas escondido detrás de un antifaz de telaraña escribió el desenlace…


Ese intento frustrado de Nena Daconte pasó a ser una Doña Quijota rumbo al palomar, (rumbo curioso, ya que odiaba las palomas) y una tarde de verano el imperdible abandonó el zaguán para seguir sus andanzas y ver a los gigantes de los que tanto había hablado su doña, con tanta mala suerte que se perdido entre un césped con pulgón. El pulgón empezó a morder los pies de doña Quijota y el imperdible perdido no resistió más y fue en su salvación. Entonces... decidió que un imperdible perdido ya no tenía sentido en la vida, era algo así como inútil, algo así como algo devaluado, y se metamorfoseó en el pulgonicida con la panza mas ancha de todo el prado para ayudar a su amiga y acabar con todos sus males. Un, dos tres,

pulgonicida Marinicida

Y así fue como el imperdible pasó a ser imprescindible y encontró verdaderamente su vocación sulfatando todo lo malo que atacaba a su compañera salteadora de caminos perdidos. Y siguieron viviendo, pinchando con espadas barriles de lambrusco y cocacola, simulando ser damiselas perdidas en Muntanyola, sintiéndose aventureras explorando albaricoques sospechoso, pintarrajeando cd’s inválidos, fotografiando limones, yéndose de exploradoras al prado en busca de peces de tres ojos y de hipólitos en peligro de extinción.Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, me contó un amigo común que las vio donde habita el olvido, juntas, hablando de las cosas de la vida, un día, en unas ramblas, comiéndose unas patatas bravas, entre risas y llantos, quehaceres y zozobras, ilusiones y desengaños, gafas rojas y gafas lilas, tejiendo hilos enredados, enhebrando palabras, segundos, jugando, como si fuera por primera vez, a sortear desilusiones y reírse de sus ombligos.

Gracias por ser una oreja andante dispuesta a grabar cinco horas de palabras laurinales en los peores momentos. Te regalo un tapón para los oídos (elige el que quieras de entre todos los modelos que te propongo) Tu pon cara de “qué jodido es esto que me cuentas, Laura. Ya... te entiendo… Pues pasa…” y con eso bastará, no dejes a tus pobres oídos martirizándose cada dos por tres, anda. Felicidades Marinakis.

martes, julio 05, 2005

Re-

El día en que perdieron la final recordé por qué me gustó tanto la primera vez que le vi, que le reví, apenas una hora después de que me lo presentaran, de ponerle cara al autor de aquellas crónicas hipólitas mercuriales, cuando se sentó a mi lado en el portal y coincidimos en nuestra obsesión por las escaleras, la suya de madera tipo bombero o electricista, la mía de cemento en espiral, tipo escalo un torreón. Lo recordé porque me reencontré con esa inquietud retransmisora, esas ganas de subir tres millones de escalones de tres mil escaleras para llegar al final y a la final y ganarla y reganarla, esas ganas de caminar tres mil kilómetros creyéndose que son tres y haciéndoselo creer a todos. Un espíritu imparable que no se quedó en el charco de sudor y lágrimas del suelo, que no se perdió con el feo o bonito coletero, que no se exprimió como la guayaba ni fue bebido por nadie con mal gusto en la boca sinó que siguió caminando hasta caer rendido en una mezcla de suelo de cemento y regazo de unos muslos morenos recién depilados. Aún quedaban muchos minutos de juego en sus piernas, pero se acabaron, los intentó prolongar en vano, la vida es un asco ¿eh? Sí, pero menos mal que aún hay cosas que compensan, como que una persona pueda servir de sillón de carne a otra, como intentar arrancar traviesamente (traviesa mente) los pelos de las piernas de alguien y que ese alguien te acaricie la mano de mientras, como confundir de camino al coche un amanecer con unas luces de aeropuerto, como hacerse cuadradito de arena fina en la espinilla, como imaginarse un pez con tres ojos mordiéndome los pies a la orilla del mar negro, como sentir por primera vez lo mucho que quieres a alguien sin que ese querer haga daño a nadie, como esas ganas de hacer el amor de perfil y que luego que descanse la cabeza en tu barriga, haciéndose un remolino en el pelo con el vaivén del estómago, ( respirar con el estómago, no con los pulmones, es básico ¿lo veis? como hacen los bebés). Montaña rusa que te marea y trenza los intestinos y tu pelo a la vez, el respirar con el estómago y el estar con un bebé, a la vez.
Me reencontré con las ganas de que estuviera eternamente mirándome con esa medio sonrisa que no sabe aún por qué la pone pero que resume un momento de complicidad al yo, imitarla sin querer. Me reencontré con esa incoherencia de hablar de Quevedo (metes el dos de bastos y sacas el uno de oros, una nuez que se iba en busca de comida, etcétera) un día, en la playa, a las tres de la mañana, tumbado sobre una toalla que moja más que seca.
Pero también me reencontré mentalmente con el saber los gajes del oficio de genio. Un día sí y otro no, y a las amantes involuntarias de las constancias sentimentales, como yo, esos ires y venires de sus yoes acaban por cansarlas. Además, a los genios se les ata largo, porque sino se ahogan, como dijo no hace mucho uno de ellos, y mis cuerdas a veces se estropean en su afán de expansión y enredo, se astillan y se vuelven cortas, entonces no funcionan. Tengo miedo de mis cuerdas, gajes del oficio de una tejedora de mimbre, especialista en convertir el algodón en esparto.

lunes, julio 04, 2005

No querer jugar a Rayuela

No querer jugar a Rayuela. Querer jugar a fútbol de perfil, querer jugar a mirar tu perfil izquierdo, mientras me pregunto si esa luz anaranjada que se ve, es el amanecer o el reflejo de las luces del aeropuerto. – no me preguntes, que me duele-.
06.15 de la mañana, no querer jugar a rayuela. Los pájaros ya están piando y una pareja discute en la calle. No querer jugar a dormir, querer jugar a hacer el amor contigo de perfil.

- Una noche en la que confundí el Mediterráneo con el Mar Negro-

sábado, julio 02, 2005

Césped con pulgón

Aquel era el día. Sabía que nuestro equipo iba a ascender de categoría y que yo ascendería a una de mis imágenes soñadas: abrazarle en el césped. Pero no fue así. Al encontrarme con él en el terreno de juego, su indiferencia, sus ojos perdidos en otro lugar, sus palabras escuetas, su presencia insuficiente me dejaron algo inválida, algo desvalida, algo sopayasa delante de dos de las personas que más quiero en el mundo, y mi alma en aquel momento no fue más que el pulgón del césped. Me di media vuelta sin decirle ni siquiera adiós. Sólo tenía ganas de girarme enrabietada y decirle que era el tío más gilipollas que había conocido en toda mi vida. Pero una banderita de plástico cuatribarrada y algo así como un balón de un gol que da el ascenso a un equipo me lo impidieron. Y me fui en busca de alguien que mereciera la pena, y encontré a cuatro, qué suerte la mía, quién me lo iba a decir.
Al día siguiente vi por la televisión como unas máquinas estaban arrasando el césped con el pulgón de mis ilusiones. El comentarista de la noticia decía que lo estaban cambiando para poner césped artificial, digno de un equipo de 2B, claro está que no se puede jugar en un césped comido por el pulgón. Quizás deba adecuar también mi corazón- pensé- porque Laura ha subido de categoría y ha dejado atrás con buen gusto divisiones inferiores que no le pertocan. Tú te has quedado en tercera, yo no. Así que se implantará un corazón artificial, de esos que si los desprecias, se dan media vuelta y se van sin más, que no hacen bumbum con la presencia de nadie, ni siquiera en revisiones médicas con un doctor acechante, de esos corazones que no saben sopayasear, de esos que cuando los tocas, están blandos siempre, como la gomaespuma.

domingo, junio 19, 2005

nísperos jaspeados

Me toca ser una loca, sí, por lo que quiero ser, una loca atormentada, pero no pasa nada, aún me queda un margen de tiempo.

Se me han acabado los nísperos y las lágrimas naranjas, y las rojas, y el color, y los filtros. Ya no hay. Y ahora, el sofá es azul (jaspeado).
Se me ha acabado el final de mi pelo que creía interminable, pero no. Me da igual. Lo más trágico de hoy no es mi soledad, ni mi imaginación dibujándote en el sofá azul (jaspeado) mirándome de reojo, ni el sol dibujando cenefas naranjas en un suelo (jaspeado) y caliente. No, lo más trágico de hoy es que se me han acabado los nísperos de José María.
Después de comer unos espaguetis recalentados, no estaban donde ayer los encontré, no preví su desaparición, qué inconsciente. No. En su lugar había unas cerezas suculentamente vomitivas, unos melocotones deliciosamente flácidos, aguados, se nos escapa la vida en su deshacer, unos nísperos de plástico pintados con unas manchas negras de fuel, patético intento de imitación de jaspeado. Unos nísperos inválidos, artificiales, duros, inenarrables, incomibles. He sacado el cuchillo, aunque me hubiera hecho falta un serrucho para desmenuzarlo, para ver si su interior me daba una sorpresa, como a veces suele ocurrir con otras cosas, para ver su núcleo, pero no, un níspero sin hueso ni pinyol, un níspero de cartón piedra, de pladul, sin corazón, sin alma, un níspero de basurero, de estercolero, un níspero que ni en sus mejores sueños seria la clonación cutre de un níspero de José María.

He llamado a mi madre, más allá de los Pirineos:
- Mama, ¿qué pasó con el níspero de nuestro patio?
- ¿Ese? Se secó, creo, y lo arranqué, ¿por qué?
- No, por nada
- ¿Te has comido los espaguetis? ¿Estaban buenos?
- Sí, mucho.

Mentira, no se secó, estoy segura de que lo arrancó, posiblemente era una molestia para ella. Cuando algo da problemas, lo devuelve, lo tira, lo corta, lo mata,. Como mi hámster, como mi tortuga, como mi níspero, menos mal que no hizo lo mismo con mi padre, por eso se lo perdono todo. Ahora quizás él está con mi níspero, los dos, muertos, llorados, añorados.

Pero hoy se me han acabado los nísperos de José María. Nuestro vecino, era. Tenía dos nísperos que los había plantado su madre, la abuela Paca, uno al lado de la intransitable calle de un pequeño pueblo de Tarragona, otro, rozando el pasillo que lleva al patio de mi casa, tímidamente inclinándose para que yo le cogiera, ¿quién le iba a querer más que yo? Nadie, por eso se venía hacia mi casa. Hasta que un día pillé a mi madre cortando las ramas que invadían mi casa.

- ¿qué haces? ¡No las cortes!
- Me están poniendo todo perdido ¿no ves? Entre los pájaros, las hojas asquerosas estas, y los nísperos que se caen de maduros, lo están pringando todo.
- ¡Estate quieta!
- Pero Laura, hija, que ya crecerán otra vez, que así le estoy sanando.

Así es ella, práctica, mutilando al pobre níspero que se caía en mis brazos, en mi paladar.

- Laura, todos los nísperos que pasen de la valla son tuyos, no te preocupes – me había dicho José Maria, el ex mejor amigo de mi padre, el fanfarrón de nuestro ex barrio, Sant Andreu, odiado por mi madre (el barrio y el amigo) y luego, finalmente, por mi padre.
- Sí sí, estoy en todo mi derecho, ¡es mi propiedad!- contesté yo entre risas, con apenas ocho años, mientras me bañaba en una piscina, objeto de batalla mucho tiempo atrás sin yo saberlo.

Pero no he venido a hablar ni de piscinas ni de batallas. He venido a hablar de mi níspero, ¿está claro?

- Laura, te he cogido los que he podido, están en la cesta de la cocina, los demás se los ha llevado la Luci antes de que se lo coman los pájaros.

Malditos pájaros, no me gustan, qué le voy a hacer. Cuando emprenden el vuelo se me antoja que se van a posar en toda mi cara, estampándose de lleno, jaspeándomela, comiéndole sus asquerosas patas, disfrazándome con sus repugnantes plumas. Pájaros, mi manjar no está hecho para su paladar, los nísperos son míos, ¿estamos?

Me llevé la cesta a mi casa, para que acabaran de madurar conmigo. Juntos mejor. Me acariciaba con sus ramas pelosas, me hacía un vestido con sus ásperas, recias, alargadas hojas, y me deshacía con él cuando se metía en mi boca. ¡Aguachinao! No, mama, no están aguachinaos, están en su punto, están frágiles, dulces, inocentes. Me da pudor desvestirlos con el cuchillo, no quiero arrancarle ningún pedazo, le quito la piel con los dedos, poco a poco, con los dientes desafilados para la ocasión, hasta que me encuentro con su corazón, marrón, duro, el núcleo, pero blanco por dentro, incomible, lo tiro a la basura, como debería hacer contigo, pero de momento no, estás tan bonito sentado en ese sofá azul (jaspeado) que te voy a dar un tiempo más de vida.

Pero hoy, se me han acabado los nísperos de José María. Para cuando vuelva a por más, los pájaros ya se los habrán comido todos, los habrán picoteado a desgracia, con rencor, pensando en mí, alzando el vuelo para cagarse en el fin de mi pelo negro, posándose en los agujeros de mi nariz, cerrándome violentamente los ojos con sus putrefactas alas, ¿Pero sabes qué? El níspero me quiere a mí, por eso se inclina hacia mi casa, por eso crece hacia el lado izquierdo y no hacia arriba ni hacia la derecha, porque ellos vienen a caerse rendidos, cansados de tanto estar colgados, a mi regazo, a mi entrepierna, para que los acaricie, para descansar una tarde de domingo en un sofá azul (jaspeado) escuchando el fútbol por la radio.

José María murió seis meses después que mi padre (y diez o doce años después que mi níspero) del mismo mal, el mismo mal que les comió, les secó poco a poco, picoteándoles a mala gana hasta acabar con ellos. Pero estoy segura que un níspero, bañándose feliz en una piscina de lágrimas saladas, durmiendo la siesta en un sofá azul (jaspeado) un níspero comiéndose los bichitos que se estaban devorando a mi padre y a su ya no ex mejor amigo José María, les hubiera salvado.


A mi padre, a José María, al níspero de mi patio.

viernes, junio 10, 2005

Cinco vías de tren

Nos separaban cinco vías de tren.
Cinco terribles vías.
Vías que tiemblo al cruzar desde que vi Tomates verdes fritos.
Y más aún desde que un día, curioseando en una estación, vi un zapato al lado del rail.
Eran las ocho de la tarde de una primavera en su ecuador, hace poco más de un año, y yo no llevaba gafas. Quien padece de miopía sabe que a esas horas, los contornos lejanos, y no tan lejanos, empiezan a difumarse. Pero mi escueto 0.75 me salvó. Tenía frío, el bikini, la falda, la pequeña camiseta de tirantes, se habían quedado ligeras para aquel día de playa que resultó ser lluvioso, tantas más cosas fueron lluviosas después, que ya las paso por alto. Creo recordar que llevaba una chaqueta fina, azul, menos mal. El pelo, medio mojado, trenzado. En la bolsa, una toalla con restos de arena, unos apuntes maltrechos, una factura de un pequeño restaurante, unas gafas lilas perdidas, un corazón que decidí que sería mejor guardarlo para otra ocasión, asqueroso, más maltrecho que los apuntes, más manoseado que mis piernas, más sopayaso que yo.
Nos separaban cinco vías del tren, y yo casi ya ni podía verle.
Cobardemente, antes de meter la tarjeta por las dichosas máquinas cortabrazos, le había dado un sobre. Y me fui, corrí por los corredizos subterráneos que pasean por debajo de las vías, sin esperar respuestas, sin nada. Ten, te he comprado esto, no es nada, me hacía gracia y... eso, no es nada. Adiós, un beso. Laura, espera, qué tonta, ñst. No espero, no me da la gana.
Nos separaban cinco vías, pero a lo lejos, vi a alguien dando saltos y haciéndome señales con la mano para que me diera cuenta de que aún estaba allí. Le identifiqué. Vi como metía la mano en el pequeño sobre marrón, sacaba la caja de música sin caja, sólo con el cilindro de metal lleno de puntitos que, al darle cuerda y al tocar con las tiras de metal opuestas, hacía que sonara una melodía. Yesterday... I’m not half the woman I used to be... Se lo acercó a la oreja, y muy despacito fue girando la manivela, así hasta que sonó toda la canción. Yo, cinco vías más allá, seguía la música, Suddenly, sin querer llorar son una leve sonrisilla en la boca, y a punto de no conseguirlo. Al acabar, se llevó las manos al corazón, yo a los ojos. – maldita miopía, con el agua aún es peor-
Cuando sus manos se separaron de la caja, del metal, del corazón, de mí, se dio la vuelta y cogió la calle mayor, rumbo a su casa, 1392 m en línea recta. Yo subí al tren, una hora de trayecto, sin apuntes, sin corazón, sin música, sin agua, sin arena, sin nada, sólo con su sabor aún en mi boca, con la marca de sus dedos en mis labios. No me dio la mano. Yo nunca se lo perdoné. Pero nos separaban cinco vías de tren, quizás cuatro, muchos años, mucha vida, tampoco fue su culpa.

martes, junio 07, 2005

Explorándome, descubriéndome, tocándome los huevos


Descubriendo mis dientes con sus dedos, trenzándome el pelo, sin decirme nunca "te quiero" sigue rozándome las piernas, creyendo que me despeina, enredándome las extremidades, trepando por mis costillas, clavándome las astillas. Continúan volando en mi estómago sus mini yoes revoltosos, siempre de puntillas sigiloso por los toboganes de mi clavícula... siempre, él, tocándome los huevos. Posted by Hello

lunes, mayo 23, 2005

Piedras blancas

Cuando me propusieron el trabajo, me imaginé contando guisantes con pinzas para las cejas durante toda una noche, con un foco apuntándome en la frente, sudando la gota gorda, amenazada de muerte por un tren que se veía a lo lejos.
Me encargaron limpiar una a una las ennegrecidas piedras de dos estaciones de metro de la línea roja. Se ve que a los encargados de imagen y marketing de la TMB se les había metido en la cabeza cambiar el aspecto de las vías sin eliminar las míticas piedras.
Mi tarea se realizaría de 12 a 5 de la madrugada, cuando no hay circulación de trenes. Utilizaría una disolución de agua, amoníaco, blanco de españa y salfumán, además, mi cuerpo estaría provisto de un complejo sistema de alienación para no morir intoxicada.
Tenía, además, otra tarea: devolver a la extensa familia de ratones que allí habitaba su color blanco inicial, porque sino delataría su existencia entre las piedras blancas.
Era un reto para mí, sin duda. Mi paciencia era inexistente, mi miedo a las vías, aterrador, mi claustrofobia e inoperancia nocturna, alarmante, pero necesitaba el dinero y esta era una manera de enfrentarme a mí misma.
Y allí me planté, con mi traje aislador con mascarilla incluida, con la disolución tóxica en un cubo de metal, y con un despertador con la aguja apuntando a las 5 de la mañana por si acaso me dormía mientras bañaba a algún ratón en la mezcla de jabón para ratones. Empecé a limpiar las piedras, todo iba bien, empecé a cazar ratones, todo iba bien, no me ahogaba, no me dormía, no pasaba nada extraño, hasta que sentí a un perro olisqueándome los pies y el grito de un guardia de seguridad: ¡no limpies más! Resultó que había limpiado toda la estación, ahora parecía una estación de esquí, y no de metro. No se veía el rojo que indicaba el color de la línea, ni tampoco los mapas para saber hacia dónde se dirigía el metro. Los trabajadores, perdidos, no sabían que hacer. Me despidieron del trabajo, no cobré y seguí soñando en blanco hasta el día de hoy.

martes, mayo 17, 2005

Cosas que haría en el mejor día de mi vida

Haría collares de macarrones
Agujerearía las pechinas después de cogerlas en la orilla de la playa de Cunit
Contaría uno a uno los adoquines de mi antigua calle
Contaría uno a uno los pasos que hay desde la estación hasta tu casa
Pulsaría todas tus pecas para accionar los botones de tu piel
Contaría los colores de una tienda de ropa
Mediría la altura de mis tacones favoritos
Cantaría el gol que llevaría a mi equipo a la Champions League
Cantaría una canción de cuna a mi sobrino compuesta por Psique
Le haría una trenza a Aisha
Tocaría todas las cuerdas de un arpa
Bajaría sin frenos el loopin de una montaña rusa
Mordería, uno a uno, los pliegues de tu espalda
Dormiría una siesta en un sofá rojo
Explicaría mis historias a mi padre, allí en el cielo
Respiraría el olor de las piedras de los raíles de tren de la estación de Sant Andreu
Dejaría caer una a una mis lágrimas de lana, y con ellas, secaría las tuyas de agua salada
Contaría las bolitas de tu collar de pinchos
Desharía los hilos de teléfono y haría con ellos un sillón para sentarnos, los dos, a conversar.
Cogería los ratones del metro y los limpiaría hasta que fueran blancos.
Comería un níspero, una fresa, una cereza, unas patatas bravas, mascaría un chicle de cola, tragaría un helado de mitad chocolate mitad straciatella
Tallaría en un trozo de madera un lugar para los dos
Encendería la ya inexistente chimenea de mi casa y esnifaría los restos de ceniza.
Y por qué no, cenaría con Richard Gere, etcétera.
Y no me daría tiempo de hacerlo todo.

domingo, mayo 08, 2005

Plusmarquista en salto de agujeros


Yo iba para campeona del mundo en salto de agujeros, de huecos, de baches, de vacíos. Empecé saltando los agujeros sin adoquines donde crecían los plátanos de la calle Irlanda, de la mano de mi hermano mayor, hasta que un día me soltó, y bajo mi sorpresa, no caí. Seguí saltando los huecos donde el agua se amontonaba los días lluviosos haciendo charcos, cuando a la mayoría lo que le entusiasmaba era caer de lleno en ellos y salpicar a todo lo que hubiera a su alrededor, ya fuera una vieja refunfuñona o un York Shire sin lazo y sin chubasquero (a mi no me gustaba saltar encima de los charcos porque se me habían roto mis botas verdes de agua de Snoopy, y saltar en los charcos, sin mis botas verdes de agua de Snoopy, ya no tenía gracia). Continué con los vacíos provistos de vallas amarillas y de montones de tierra húmeda de las obras de mi calle, Castellbell, aventura eterna.
Salté los baches de camino al colegio, Pegaso, (Pegaso saltaba también en el dibujo de mi chándal) salté los baches de la carretera cuando el Renault 12 se movía, de la vida, que fueron unos cuantos, pero los salté, porque yo iba para campeona del mundo en saltos de agujeros.
Un día me dijeron que por qué no probaba saltar muros, vallas rayadas, que me dejara ya de agujeros provistos de arena y de agua. Cogí carrerilla, elevé la pierna y la rodilla tal y como me había dicho mi profesora de cuatrocientos valla y mi frente se aposentó en los grumos granate de la pista de atletismo –menos mal que no es el cemento del patio del colegio, sino aquí me quedo– pensé, me levanté y seguí corriendo en busca de huecos, pues estaba claro que las alturas no eran lo mío, lo dejaría para más adelante.
En busca de más vacíos (no existenciales, de momento) seguí saltando y saltando, y salté un río, y me fui al exilio. Me dieron mi primera medalla por saltar el Besós. Fue el salto más largo, pero el peor, el desencadenante de más saltos obligados por los cuales no me dieron ninguna medalla, ni palmaditas en la espalda, ni un podium de gratitud, ni un diploma de consolación.
Hasta el día que descubrí a mi vecino de enfrente y me enamoré de él. Creí que podía saltar el hueco de la calle simulando las mejores aventuras de los tebeos que él leía en su balcón. Calculé mal la distancia entre ambos bloques, olvidando por completo de que vivíamos en un cuarto y a mí no se me daban bien las alturas. Y ahí me quedé, en el gran salto, colgada de un cable de la luz, o de teléfono, no sé, en cuatro años, dos meses y tres días no he podido averiguarlo, desde donde escribo en código Morse y mi gran amor lo transcribe en word. Yo iba para campeona de saltos de agujeros, pero me quedé en campeona de equilibrio en diez metros altura, cuatro años, dos meses y tres días. No me atrevo a saltar otra vez.

miércoles, mayo 04, 2005


un sol de puntillas y puntilloso Posted by Hello

domingo, abril 24, 2005

Margaritas y terciopelo negro


Abel abraza a Abril.
-¿Por qué no quieres estar conmigo?
Abel pone cara de mecagoenlaputa y vuelve a abrazar a Abril pensando que esa es la respuesta a todas sus preguntas. Que la quiere pero que no se lo va a decir, sueña Abril. A Abril se le caen a pedales esas lagrimillas de plástico azul que tanto odia en público y piensa en verde, y se refugia en sus margaritas, y se disfraza de una de ellas con la esperanza de que así Abel la quiera. A Abel le gustan las margaritas. Abel se disfraza de Abel, y a Abril le gusta aún más. A Abril también le gusta el rojo, rojo sangre de menstruación crónica. Con la menstruación crónica del hombre de rojo a Abril se le acaba el hierro y desvanece, moribunda, en el plástico negro de unos viejos asientos de metro, se esconde en el terciopelo negro de su chaqueta, en el negro sucio de las paredes del túnel, y decide que no le gustan los colores, ni los disfraces, pero se vuelve a poner su careta de margarita recién regada por las gotas pegajosas de jarabe para la tos.
Posted by Hello

jueves, abril 07, 2005

miércoles, marzo 16, 2005

Pendientes


Los que idearon las torturas chinas tendrían que venir y tomar apuntes de esto, yo, una vez más, sopayaseando delante del enemigo.

En el reflejo de la ventana veo seis círculos, cuatro blancos y dos negros, colgando de mis orejas, son mis pendientes nuevos.

Me abraza
No lo quiero [porque no es de verdad]
Se enfada
Lo quiero
Quiero que me abrace [de verdad]
No me abraza

Esto es una batalla, sin duda. Yo estoy luchando contra ti, eres mi enemigo y tú ni siquiera lo sabes. En una batalla no siempre hacen falta dos, con que uno quiera batallar, ya la hay, porque estas batallando contra la indiferencia de tu contrincante, la mejor enemiga, la que mientras más puñetazos le das, más te duele.

Pastillas para no llorar llevo como pendientes. Cierro la ventana, me he cansado de verme. De mientras, sigo esperando un día de color naranja, en el que me dé igual si tu rojo no vuelve, si se convierte en negro, si se vuelve transparente.
Posted by Hello

martes, marzo 15, 2005

Plusmarqueando en lágrima fácil

(escrito el lunes 28 de febrero de 2005)

Estoy dispuesta a sopayasear un poco más sólo por ti. Sólo para decirte que ayer, domingo tarde, te echaba de menos. Para decirte que batí todos mis récord en lágrima fácil. Lo tenía por haber llorado viendo Cásper, ayer, la plusmarquista sin igual, Laura G., lloró viendo una película de Charles Chaplin, Charlot, Luces de Ciudad, cuando el propósito de aquel “pobre” hombre era el de hacerme reír con sus sopayaserías, pues bien, gané yo.
Me entristecí al pensar lo mucho que me que hubiera gustado coger mi coche, aún en el concesionario, dirigirme hacia el Prat, llamar a tu timbre, verte asomado detrás del estor para ver quién coño te ha despertado de la siesta, que me abrieras con cara de dormido y te fueras sin decir nada directamente, de nuevo, al sofá. Al pensar que yo hubiera puesto Luces de Ciudad en el DVD mientras tú hubieras seguido durmiendo, hasta que a las 18.45 la hubiera detenido para poner el teletexto, despertarte, y ver si han ganado, perdido o empatado estos dichosos equipos y ver si nuestro Espanyol, está en Champions, en UEFA o en tu casa, con nosotros.
Y oler por quinta vez los perfumes que vaguean por tu casa, y ver por enésima vez el póster de los Beatles que contiene cien imágenes de cuarteto, y trapichear por vigésima vez los potingues de tu cuarto de baño y preguntarme por trigésima vez si tienes tantas partes del cuerpo para aplicártelos todos, y preocuparme a la vez porque yo no me pongo ni uno. Y curiosear, por octogésima vez, las chapitas que amontonas todas juntas y poder observar que Amélie sigue a la cabeza de ellas.
Y beber de tu vaso inclinado, y robarte en pleno sueño los cojines estampados, y que te enfades, y que te estampe uno en la cara, y que te hagas el dolido, y que te cure con curitasana dándote un millar de besitos de niña arrepentida.
Me vuelvo a tirar alfileres con un tirachinas, ya ves.

lunes, febrero 28, 2005

Le parapluie


- Laura...
(Laura se gira)
- El paraguas, te lo dejas.
- Ah, sí
( Coge el paraguas)

[Piensa: no lo entiendo, si en el Prat nunca llueve.]
Posted by Hello

jueves, febrero 17, 2005

El abrazo


El abrazo (aka lovers II) Egon Schiele Posted by Hello

miércoles, febrero 16, 2005

El hombre de rojo

Érase una vez el hombre de rojo.

Dicen que tenía la menstruación permanente, el periodo crónico, la regla eterna.
Se sentaba en un sofá rojo mientras me decía que, al final, teníamos muchas cosas en común. “Sí, todas, pero la más importante no”.

Se ponía rojo, pero era mentira, sólo era el reflejo del sofá, o quizás es que yo había encontrado el color complementario del negro*, y era el rojo, y él era mi complementario, el que me absorbía.

Dicen que yo era verde, aunque me veía negra, como en pleno agosto. Puede que si me ponía un filtro verde, seguiría potenciando el rojo, mi rojo, mi hombre de rojo, aquel que ser perdió un día, aquel que casi pilla un tren de mercancías.

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* En fotografía, filtro de contraste blanco y negro: absorben su color y potencian el complementario.

martes, febrero 15, 2005

Blanco y negro, bueno o malo (oscurantismo)

Dicen que lo veo todo negro, que necesito un novio, ¡Qué mal me ven! ─Hostia, no sabía que estaba tan mal­­─
Preocupación, reflexión: será por mis ojos, que son negros, como el pelo y los pensamientos que cubren. Quizás es el reflejo, como aquel que se pone rojo y se excusa por el jersey. Solución: ponerme en las gafas un filtro de contraste blanco/negro, mis apuntes dicen que absorben y reducen su color y potencian el complementario. ¿Cuál es el color complementario del negro? A ver si hay suerte y es el blanco.

lunes, febrero 14, 2005

Gastrovalentitis aguda (me estoy quitando)

Llegado a este día, (igual que a tantos otros) y tras ocasiones de amor frustradas, se llega a la siguiente conclusión: San Valentin, y el amor en sí, es como una gastroenteritis para los no correspondidos, vomitas un poco de asco, te cagas en todo y se te pasa.
A la única que le he felicitado el día es a mi amiga Valentina "¡Qué suerte!" le he dicho esta mañana, aún no sé muy bien por qué.
¡Ah! se me olvidaba, ayer llegué a otra conclusión, grande donde las haya: esto de que no te quieran es una birria.

domingo, febrero 06, 2005

En construcción

"soñó que se construía una ciudad de ojos saltones en la copa de un árbol prefabricado. Soñó que el tiempo era verde, que la corteza d los árboles giraban y que en el suelo también crecían ojos saltones carnívoros que le mordían los pies y le colgaban un cartel en el cuello: en construcción"

sábado, enero 22, 2005

Ya no...

Ni tarta de ciruelas, ni viajes en avioneta,
ya no me como las frambuesas de diez en diez ni te cuento las pecas.
Ya no compro corazones esponjosos y mucho menos te los regalo, ya no me tiro de ningun rascacielos en paracaídas cóncavos.
Ni esquío hacia arriba, hacia el sol de media noche.
Ya no miro a mi portería imaginando que me estás esperando: ahora quiero que saltes desde mi ventana, y no por mi ventana, y que te estrelles contra la acera tras recorrer cuatro pisos con hélices de papel pegadas a tus pies.
Pero cada día me tiro alfileres con un tirachinas.

sábado, enero 08, 2005

Estoy, soy, parezco triste

Estoy, soy, parezco triste

Las palabras de Minerva se deslizaban por el papel…

Inicio, libreta, nuevo, universidad, dos días, sólo dos días, horas, madrugar, no, no, no, madrugar, metro, tren, metro, ferrocarriles, sueño, qué sueño, cuanto sueño, vacaciones, quiero seguir de vacaciones, rápido, qué rápido, tres meses, Marcelo, café de a tres, sueño, Ismael, Alex, Jorge, no funciona, sola…

Estar sola, ésa es la cuestión, los que están a tu lado, un día, de repente, te das media vuelta, te giras, y ya no están. Porque se han muerto [Lo sentimos, tenía metástasis] porque se han ido quizás para volver en otra ocasión, [Minerva, lo siento, estamos tan lejos] porque no quieren, [Minerva, tenemos diferencias insalvables] porque te dejan, porque un día te quieren, te das media vuelta, te vuelves a girar y ya no están, porque te quieren, precisamente por eso no están, [Minerva, mejor que no esté] qué cosas, por eso están allí y no aquí, allá y no acá, porque dicen que te quieren, qué cosas.

Paseo, sola, si pudiera diría: cuanto sola, pero algún filólogo se enfadaría, digo: qué sola, esa es la cuestión, el eje, sola, lo demás, complementos, sola, paso, otro paso, más pasos, qué guapo el churrero, sale con esa de la tienda de hierbas, qué pena, yo no vendo hierbas, pero podría.
Triste, estoy triste, “Yo estoy triste”, Ismael, Alex, Jorge, salid a la pizarra a analizar la frase, venga, esforzaos un poco. No, Ismael, “triste” no es un Complemento Directo este año lo llevas mal. No, Alex, te has pasado, “triste” no es un Complemento Predicativo, “él está triste”, “ella está triste”, “Minerva está triste”, ¿no ves que no varía? Siempre igual, está triste. A ver, Jorge, ¿Tú qué opinas? No…que no varíe no significa que sea un Complemento Circunstancial de Modo (no es circunstancial, es crónico, pobre “yo”, pobre “Minerva”. Minerva, sal a la pizarra y diles qué es. Es un atributo, es mi atributo, ¿no lo veis? Yo estoy triste, estoy, soy, parezco, soy copulativa y estoy triste y no copulando. [Quizás así Minerva ya no estaría tan triste]

Setiembre 2004