lunes, marzo 03, 2008

Tánatos

No pasa nada si quiero morir. Es un sentimiento pasajero, momentáneo. Sé que durará apenas unas horas, pero siento profunda y asediosamente el deseo de morir, de cerrar los ojos una vez más durante muchas, muchas horas. Digamos que me duelen hasta las pestañas, sin hiperbolizar, y que los ojos me escuecen como si me hubieran arrojado malvadamente cualquier líquido tóxico y corrosivo. La desazón es insoportable, estoy mareada y tengo ganas de vomitar, siento toneladas presionando mis hombros y la coleta me pesa demasiado y finalmente permito a mi pelo arrojarse al abismo (existencial) de mi espalda (aunque digan que Sartre ya no está de moda y, aunque me empeñe, no soy su hija y tampoco de Simone y aunque crea que “L’enfer c’est les Autres”[1] y que en mi caso “L’enfer c’est moi”[2].), Pero la coleta me pesa demasiado y finalmente permito a mi pelo arrojarse al abismo de mi espalda y el cuello alto del jersey y del abrigo (inevitablemente rojo) tratan de estrangularme segundo a segundo.

Todo sería más fácil si en este momento estuviera muerta, pero no me preocupa, es un sentimiento transitorio (pero es tan fuerte y tan real). Y me vienen a la mente sueños inexorablemente soñados, el dolor de boca al haber insistido en apretar la mandíbula durante toda la noche para que no se escape, al despistarme, el pequeño ser demoníaco que hay dentro de mí que se dedica a fabricar por las noches historias como una en que una cremallera estrecha y débil se rompe y me deja suspendida de un mínimo puente de caña sobre las montañas nevadas, como una en que me hace conducir por un pequeño pueblo esquivando dálmatas suicidas o que me hace ser atacada sexual y consentidamente por un hombre que deseo en medio de la plaza Verdun Préfecture y que me hace darme cuenta al despertar que ése no existe más a mi lado, que puede que esté en otro país, que puede que no me mire cuando canta, que puede que no se siente conmigo en un sofá lleno e instrumentos y me mire a los ojos como si nos conociéramos de toda la vida y que puede que ni siquiera exista.

Pero siento profundamente el deseo de morir (y aunque más débil pero igualmente existente, el deseo de matar) porque es el impulso tanático que dura unas pocas horas pero que existe. Y en este momento me cortaría las venas con el cutter que llevo en el estuche y que no sé por qué está ahí, pero sería una pena porque nadie aquí podría relatar bien mi muerte porque en francés no existe el verbo “desangrarse”, se conforman con decir “saigner abondamment”[3] o “perdre tout son sang”, y no es lo mismo, monsieur, y tampoco inalcanzable, dicen “inaccesible”, et ce n’est pas pareil, monsieur. Me cago en Rimbaud, Baudelaire y en quien haga falta, savez-vous[4]?

Entonces susurro a quienquiera que haya a mi lado: je crois que je vais mourir[5]. Y éste quienquiera me mira con una débil sonrisa miedosa dibujada en su boca pensando que lo digo en broma. Oui, monsieur quiconque, c’est just pour rigoler, mais c’est vrai, je crois que je vais mourir[6]. Entonces quiconque desvía la mirada hacia otro lado mientras la mía sigue clavada en el cutter y en que no puedo morir desangrada porque el verbo no existe en este país. Entonces simplemente moriría, así que desisto por el momento porque si muero al menos quiero que sea una muerte trágica y poética digna de ser narrada.

Y espero ansiosamente a que estas horas pasen, pero solo han pasado dos malditas horas y necesito, al menos, cinco hasta que definitivamente las cuatro escasas que he dormido dejen de torturarme y empezar a creer que es maravillosa la primavera incipiente y que es milagroso que crezcan las flores mientras sigo viendo, al fondo, las montañas nevadas. Al menos cinco horas hasta que deje de pensar que todo el mundo es necio y despreciable, para que deje de ladrar cada vez que tengo que contestar algo. Al menos cinco hasta que comience a pensar que es estupendo pasear en bicicleta (de los años sesenta, de color turquesa y óxido) con el sol aún algo helado posándose en tu cara y que me sonrían los chicos al pasar y que lea idílicamente algo de Marguerite Duras tumbada en el cristalino césped. Entonces, cuando estoy a punto de vomitar el café encima de las fotocopias del subjuntivo va y espeta el monsieur: “la negation d’un sentiment c’est encore un sentiment”[7] y pienso en que quizás la negación del deseo de vivir es todavía un deseo y que deseo irme de clase y seguir viviendo. Entonces descubro que ni incipiente primavera ni hostias, que hoy no hace sol y no se ven las montañas nevadas al fondo porque una densa neblina las cubre y me cubre. Y me parece mucho más acertado, pues hoy un sol hubiera sido burlesco y abrumador y le hubiera rogado que me dejara en paz, al menos, hasta abril. A la sazón, le digo a una compañera que también ha salido de clase y me había preguntado si “ça va?” que non, que ça ne va pas, que aujourd’hui je n’existe plus et que je vais partir de ce monde subjonctif car je ne le peux pas supporter et que à bientôt, on se voit demain ou dans trois heures quand cette brouillard ou ce lundi matin aient disparus[8].



[1] “el infierno son los Otros”.

[2] “el infierno soy yo”

[3] “sangrar abundantemente” o “perder toda la sangre”.

[4] ¿sabe usted?

[5] Creo que voy a morir.

[6] Pero es verdad, señor quienquiera, es solo una broma, pero es verdad, creo que voy a morir.

[7] “La negación de un sentimiento es todavía un sentimiento”

[8] “Como va?” que No va, gracias, que hoy no existo y que yo creo que voy a irme de este mundo subjuntivo porque no lo puedo soportar y que hasta pronto, que nos vemos mañana o de dentro de tres horas, cuando la niebla y el lunes por la mañana hayan desaparecido.

N.del A: Messieurs Dames, he vuelto.