sábado, julio 30, 2005

Aleix me mira

Nos conocimos antes de nacer, cuando nuestras madres embarazadas, se cruzaban de vez en cuando por Sant Jaume dels Domenys y hablaban de cúando nacería su segundo niño, de cuándo nacería su tercer niño o niña, porque aunque allá por el año que rondaba por la barriga de mamá Inés las técnicas ya estaban algo más avanzadas y se podía conocer el sexo del bebé por ecografías y demás historias, yo, muy mía, como siempre, (sinó mía, ¿de quién?) me crucé de piernas y no dejé a nadie ver mi sexo hasta el mismo dos de octubre, pero ¿qué se han pensado? ¡Que soy una señorita, por favor!

- El meu nen naixerà allà pel setembre
- Ah, pues yo lo que llevo, nacerá a principios de octubre, más o menos.
- Ah si? Goita (guaita, si..) gairebé al mateix temps. I com es dirà?
- Pues si es niña queremos ponerle Elena, aunque sus hermanos dicen que Elena no, que Elena madalena, que Elena qué pena, que Elena como los polvos de lavar. Y su padre quiere ponerle Azahara, pero los niños le han suplicado que no se lo pongan, que es horrible, que suena a moro, Así que hemos pensado en Laura, como mi hermana y mi abuela, que es bien bonito. Y si es niño… pues Germán, seguramente, porque Alberto me gusta pero ya le puso así mi hermana… (mi madre, que apenas habla) ¿y el tuyo cómo se llamará?
- Doncs potser li direm Aleix, que és ben maco també.
- ¿Y ese en castellano cuál es? Alejo, ¿no?
- Sí, això mateix.

Estoy segura de que desde la barriga de su madre, la de la Fonda, me miraba. Y yo, extrañada, le respondía del mismo modo, intentando curiosear quién era ese niño y por qué me miraba así sin decirme nada.

Pasaron los años, crecimos cada uno en su calle, él en Prat de la Riba y yo en Francesc Macià, sin hablarnos, sólo mirándonos cuando casualmente nos cruzábamos desde una distancia prudencial de cinco metros. Recuerdo con exactitud un día que fui a comprarme un helado al Raïm, el Super Twister, uno de mis favoritos. Iba caminando por Sant Francesc y me percaté de que venía por la otra acera. Eran las tres y media de la tarde de un día de julio caluroso (yo me pasaba los julios enteros en Sant Jaume, ya que a mi padre le gustaba más ese mes para hacer las vacaciones) y recuerdo que o él llevaba una camiseta del Espanyol (o yo). Tendríamos alrededor de diez años, muy pequeños para hablar, todavía. Mientras le iba quitando el plástico molesto a mi suculento helado y me disponía a tirarlo en la papelera de mi calle, él detuvo su paso, y se quedó mirándome, mirándome, mirándome, como alguien que acaba de descubrir algo y se queda paralizado, pensando, asimilando lo que esta viendo, sin cara de asombro, sólo un shock bien disimulado involuntariamente. “Qué niño más raro”- pensé- “A ver si algún día me dice algo, me dice de jugar a pi, o cualquier cosa, además, creo que él es también del Espanyol”.
Más años, más años, crecimos, aprendimos a hablar, a enfrentarnos, a veces de perfil, a la vida, pero bastaba cruzarnos un día perdido, de invierno ventiscoso o de verano pegajoso, de otoño raimat o de primavera almendrada, para que se disolviera todo nuestro aprendizaje y resultara en vano todo lo que habíamos experimentado por separado. Seguíamos mirándonos con una distancia prudencial, él en su local, amb els catalans del poble, preparant els versots i el ball de diables, yo en el mío, con los hijos de inmigrantes andaluces habitantes del pueblo y los restos sobrantes de sitios como Buen Pastor, Bellvitge u Hospitalet que nos aposentábamos en Sant Jaume los fines de semana perturbando el ambiente.

Hasta que un buen día, a su padre, el Sr. Pons de la Fonda, se le ocurrió la brillante idea de crear una terraza de verano llamada “El pati de la Fonda” y él, al cumplir los diecisiete, se puso a servir copas cada noche.

- Un Martini amb llimona, si us plau, posa-li una goteta de grosella, però molt poc, eh? Que sinó no es pot beure…massa dolç
- Amb grosella? A vere si en tinc… si, una gota només? Posa-la tu, millor…
- No, no, posa-la tu.

Estas fueron las primeras palabras que Aleix y yo cruzamos, después de diecisiete años de miradas indefinidas, algo tan banal como pedir una bebida, que por cierto, se pasó con la grosella y en otra ocasión hubiera estado imbebible, pero a mí esa noche me supo al Martini más bueno de mi vida, me había hablado, me lo había preparado, y con eso bastaba, ¿vale?
Después de aquel lapsus linguae, no nos volvimos a hablar. De mes en mes, de trimestre en trimestre, de semestre en semestre, últimamente de año en año, nos mirábamos como descubriéndonos, como aquella primera vez, que teníamos que apartar las pieles de las barrigas de nuestras madres para vernos mejor, por suerte, sólo tuvimos que esperar dos meses él y tres meses yo, de julio a setiembre, de julio a octubre. Seguimos cada uno con su vida, cada uno hablando en y con su vida, pero no de las nuestras. Yo no aparecía por Sant Jaume, ya se sabe, universidad, novios, amigas en Barcelona, vida, Espanyol, no me quedaba tiempo. Mi hermano mayor, que es profesor y aún vive en Sant Jaume a día de hoy, me comentó que le daba clases de repaso, pero que era un caso perdido, que él miraba y miraba, pero que rara vez hablaba, rara vez leía, que le gustaba estar en nuestra casa, entrar en mi habitación y ver algunas fotos mías, que sólo miraba, que rara vez hablaba, que rara vez leía, que este niño era un caso perdido, que pa’ eso, no servía.

Después de casi un año, ahora hace tres días, le vi. Iba con una chica de la mano, y al verme, me miró cinco segundos, reconociéndome, asimilándome, ella és la Laura, i jo, estic agafat de la mà amb l’Esther, què faig? Millor la deixo anar, no vull que la Laura em vegi de la mà de l’Esther.
Y vi, como después de mirarme, soltaba la mano de Esther, y se iba, ensimismado, hacia la puerta de la pista de baile. Adéu, Aleix.
Al día siguiente, le volví a ver, y aunque llevara gafas de sol, noté sus ojos dirigiéndose a mí, otra vez perdidos, otra vez indefinidos. Fui hacia él, y cuando estaba a cinco metros, Dime algo, Aleix, habla, háblame, dime algo, Hola, sóc Aleix. Com et dius? Vols jugar a Pi? Nem al camp de futbol? Se dio media vuelta, dándome la espalda, y yo, pasé cabizbaja, pensando que aquest noi no te remei.

Aleix, Alejo, te tomaste tu nombre a pecho, te alejaste de mí desde antes de nacer, siempre prudencial, aunque nunca estuviste cerca, pero esa mirada, hacía que te sintiera parte de mí, a veces, de mucho en mucho, lo suficiente. Aleix, nunca dejes de mirarme.

Saps? Quan tingui un nen m’agradaria que es digués com tu, Aleix, oi que es maco? Encara que espero que qualsevol dia em digui, Hola Laura, juguem? I es pugui tancar el cercle que un juliol ara fa molts anys, vam començar tu i jo als carrers de Sant Jaume, però.. qui sap? Potser d’aquí a uns anys tornem a tenir un lapsus linaguae i el podem tancar nosaltres mateixos. Fins ençà, t’espero, però no em deixis de mirar, si us plau, perquè sinó ja no tindria sentit buscar-te pels carrers, i mirar-te fins que ens cansem i que cap dels dos sàpiga, qui mira a qui. Un ball confós de nit amb quatre ulls llençant maleïdes espurnes...

martes, julio 19, 2005

Un imperdible en mi zaguán

Zaguán: Del ár. hisp. istawán, y este del ár. clás. usṭuwān[ah]). 1. m. Espacio cubierto situado dentro de una casa, que sirve de entrada a ella y está inmediato a la puerta de la calle


Caminaba descalza un día por un lugar llamado Baetulo pensando en mi vicio de ir con los pies al descubierto y en las insuficientes advertencias de mi hermano mediano que me aseguraba que si iba sin zapatillas, cogería el tifus. Pero ni esa situación mortal frenaba mi rumbo del binomio piel-baldosa.Caminaba descalza y al cruzar la puerta que daba paso de Baetulo a Cultumarquinal (un pueblo a las afueras de Baetulo donde la reina era la señora Apariencia y el olor a rancio era la fragancia más preciada), me pinché. La sangre de mi pie izquierdo dibujó un rastro en las frías baldosas blancas simulando a Nena Daconte en su búsqueda de una farmacia en el sur de Francia. Me agaché para ver qué era lo que me había agujereado el pie y me encontré a un pequeño imperdible abierto en el zaguán. Lo cogí cuidadosamente para guardarlo por si acaso me podía servir algún día y al poco tiempo decidí que quería ser su amiga. Pero apenas coger el imperdible, se cerró. El muy puñetero me avisó de que sólo se abría una vez al año y que mi oportunidad ya había pasado, ya que le había pisado vilmente y raptado sin su permiso para mi uso y disfrute. Entonces, me cogió un poco de manía. Así que tuve que esperar un año más para tener la oportunidad de hacerme su amiga antes de que se cerrara otra vez. Sí, ya lo he dicho, era un imperdible puñetero y muy suyo, algo reservado para sus cosas pero en el fondo de los fondos de los zaguanes más profundos había un trozo de metal que me quería un poco. Me di cuenta en una de esas tardes de desidia en la frontera que me dijo que quería ser independiente, que había un día de verano que lo era, y salía del zaguán para celebrarlo tirando cohetes. Entonces me percaté de que un imperdible cerrado no podía encender mechas de cohetes, y mucho menos de fósforos, de eso que encienden la vida.La decimoséptima vez que se abrió aproveché la ocasión, me disfracé de descosido para que sujetara mis harapos, me hiciera un remiendo con su presencia y no tuviera otro remedio que estar pegadito a mí durante toda su apertura y encerrarme y abrazarme con sus finos hierros en él lo que restara de año de clausura. La trampa que le tendí funcionó, entre cacaolats e historias me dio una oportunidad y en su zaguán me colé con un permiso falso camuflado entre alioli y Fanta de limón. Cuando se dio cuenta del engaño ya era demasiado tarde y había comenzado a quererme, muy a su pesar. Porque ella era un imperdible muy duro y muy cerrado e inaccesible para el mundo mundial y una extraña con afán de protagonismo dejando su rastro de sangre en las baldosas y echándole la culpa a ella no era de su merecer, pero cayó en el error de cogerle cariño y ya estaba sentenciada para el resto de su vida.

Alguien que seguía sus vidas escondido detrás de un antifaz de telaraña escribió el desenlace…


Ese intento frustrado de Nena Daconte pasó a ser una Doña Quijota rumbo al palomar, (rumbo curioso, ya que odiaba las palomas) y una tarde de verano el imperdible abandonó el zaguán para seguir sus andanzas y ver a los gigantes de los que tanto había hablado su doña, con tanta mala suerte que se perdido entre un césped con pulgón. El pulgón empezó a morder los pies de doña Quijota y el imperdible perdido no resistió más y fue en su salvación. Entonces... decidió que un imperdible perdido ya no tenía sentido en la vida, era algo así como inútil, algo así como algo devaluado, y se metamorfoseó en el pulgonicida con la panza mas ancha de todo el prado para ayudar a su amiga y acabar con todos sus males. Un, dos tres,

pulgonicida Marinicida

Y así fue como el imperdible pasó a ser imprescindible y encontró verdaderamente su vocación sulfatando todo lo malo que atacaba a su compañera salteadora de caminos perdidos. Y siguieron viviendo, pinchando con espadas barriles de lambrusco y cocacola, simulando ser damiselas perdidas en Muntanyola, sintiéndose aventureras explorando albaricoques sospechoso, pintarrajeando cd’s inválidos, fotografiando limones, yéndose de exploradoras al prado en busca de peces de tres ojos y de hipólitos en peligro de extinción.Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, me contó un amigo común que las vio donde habita el olvido, juntas, hablando de las cosas de la vida, un día, en unas ramblas, comiéndose unas patatas bravas, entre risas y llantos, quehaceres y zozobras, ilusiones y desengaños, gafas rojas y gafas lilas, tejiendo hilos enredados, enhebrando palabras, segundos, jugando, como si fuera por primera vez, a sortear desilusiones y reírse de sus ombligos.

Gracias por ser una oreja andante dispuesta a grabar cinco horas de palabras laurinales en los peores momentos. Te regalo un tapón para los oídos (elige el que quieras de entre todos los modelos que te propongo) Tu pon cara de “qué jodido es esto que me cuentas, Laura. Ya... te entiendo… Pues pasa…” y con eso bastará, no dejes a tus pobres oídos martirizándose cada dos por tres, anda. Felicidades Marinakis.

martes, julio 05, 2005

Re-

El día en que perdieron la final recordé por qué me gustó tanto la primera vez que le vi, que le reví, apenas una hora después de que me lo presentaran, de ponerle cara al autor de aquellas crónicas hipólitas mercuriales, cuando se sentó a mi lado en el portal y coincidimos en nuestra obsesión por las escaleras, la suya de madera tipo bombero o electricista, la mía de cemento en espiral, tipo escalo un torreón. Lo recordé porque me reencontré con esa inquietud retransmisora, esas ganas de subir tres millones de escalones de tres mil escaleras para llegar al final y a la final y ganarla y reganarla, esas ganas de caminar tres mil kilómetros creyéndose que son tres y haciéndoselo creer a todos. Un espíritu imparable que no se quedó en el charco de sudor y lágrimas del suelo, que no se perdió con el feo o bonito coletero, que no se exprimió como la guayaba ni fue bebido por nadie con mal gusto en la boca sinó que siguió caminando hasta caer rendido en una mezcla de suelo de cemento y regazo de unos muslos morenos recién depilados. Aún quedaban muchos minutos de juego en sus piernas, pero se acabaron, los intentó prolongar en vano, la vida es un asco ¿eh? Sí, pero menos mal que aún hay cosas que compensan, como que una persona pueda servir de sillón de carne a otra, como intentar arrancar traviesamente (traviesa mente) los pelos de las piernas de alguien y que ese alguien te acaricie la mano de mientras, como confundir de camino al coche un amanecer con unas luces de aeropuerto, como hacerse cuadradito de arena fina en la espinilla, como imaginarse un pez con tres ojos mordiéndome los pies a la orilla del mar negro, como sentir por primera vez lo mucho que quieres a alguien sin que ese querer haga daño a nadie, como esas ganas de hacer el amor de perfil y que luego que descanse la cabeza en tu barriga, haciéndose un remolino en el pelo con el vaivén del estómago, ( respirar con el estómago, no con los pulmones, es básico ¿lo veis? como hacen los bebés). Montaña rusa que te marea y trenza los intestinos y tu pelo a la vez, el respirar con el estómago y el estar con un bebé, a la vez.
Me reencontré con las ganas de que estuviera eternamente mirándome con esa medio sonrisa que no sabe aún por qué la pone pero que resume un momento de complicidad al yo, imitarla sin querer. Me reencontré con esa incoherencia de hablar de Quevedo (metes el dos de bastos y sacas el uno de oros, una nuez que se iba en busca de comida, etcétera) un día, en la playa, a las tres de la mañana, tumbado sobre una toalla que moja más que seca.
Pero también me reencontré mentalmente con el saber los gajes del oficio de genio. Un día sí y otro no, y a las amantes involuntarias de las constancias sentimentales, como yo, esos ires y venires de sus yoes acaban por cansarlas. Además, a los genios se les ata largo, porque sino se ahogan, como dijo no hace mucho uno de ellos, y mis cuerdas a veces se estropean en su afán de expansión y enredo, se astillan y se vuelven cortas, entonces no funcionan. Tengo miedo de mis cuerdas, gajes del oficio de una tejedora de mimbre, especialista en convertir el algodón en esparto.

lunes, julio 04, 2005

No querer jugar a Rayuela

No querer jugar a Rayuela. Querer jugar a fútbol de perfil, querer jugar a mirar tu perfil izquierdo, mientras me pregunto si esa luz anaranjada que se ve, es el amanecer o el reflejo de las luces del aeropuerto. – no me preguntes, que me duele-.
06.15 de la mañana, no querer jugar a rayuela. Los pájaros ya están piando y una pareja discute en la calle. No querer jugar a dormir, querer jugar a hacer el amor contigo de perfil.

- Una noche en la que confundí el Mediterráneo con el Mar Negro-

sábado, julio 02, 2005

Césped con pulgón

Aquel era el día. Sabía que nuestro equipo iba a ascender de categoría y que yo ascendería a una de mis imágenes soñadas: abrazarle en el césped. Pero no fue así. Al encontrarme con él en el terreno de juego, su indiferencia, sus ojos perdidos en otro lugar, sus palabras escuetas, su presencia insuficiente me dejaron algo inválida, algo desvalida, algo sopayasa delante de dos de las personas que más quiero en el mundo, y mi alma en aquel momento no fue más que el pulgón del césped. Me di media vuelta sin decirle ni siquiera adiós. Sólo tenía ganas de girarme enrabietada y decirle que era el tío más gilipollas que había conocido en toda mi vida. Pero una banderita de plástico cuatribarrada y algo así como un balón de un gol que da el ascenso a un equipo me lo impidieron. Y me fui en busca de alguien que mereciera la pena, y encontré a cuatro, qué suerte la mía, quién me lo iba a decir.
Al día siguiente vi por la televisión como unas máquinas estaban arrasando el césped con el pulgón de mis ilusiones. El comentarista de la noticia decía que lo estaban cambiando para poner césped artificial, digno de un equipo de 2B, claro está que no se puede jugar en un césped comido por el pulgón. Quizás deba adecuar también mi corazón- pensé- porque Laura ha subido de categoría y ha dejado atrás con buen gusto divisiones inferiores que no le pertocan. Tú te has quedado en tercera, yo no. Así que se implantará un corazón artificial, de esos que si los desprecias, se dan media vuelta y se van sin más, que no hacen bumbum con la presencia de nadie, ni siquiera en revisiones médicas con un doctor acechante, de esos corazones que no saben sopayasear, de esos que cuando los tocas, están blandos siempre, como la gomaespuma.