lunes, diciembre 03, 2007

Regalo nunca regalado

Hace cinco años que está allí.
Hace cinco años que está guardado en el cuartillo de un parking de la calle Aragó.
Y ya no huele a nada.
Y ya no tienen sentido.
Ese perfume no huele a nada, y aunque no sepa qué dicen esas letras, no tienen sentido. Esas letras grabadas en oro blanco.

Letras que no huelen a nada.
Olor sin sentido.

Hace cinco años que me lo debería haber regalado. Hoy acabo de descubrir lo que es. Siempre me había imaginado un anillo y un oso de peluche. Pero es un colgante grabado, un mensaje grabado y un perfume.

Mensaje y olor caduco. Mensaje y olor caducado.
Regalo nunca regalado.
Regalo olvidado en el cuartillo de una plaza de parking que ahora tiene otro dueño.
Grabado de amor perdido.

Él se acuerda de lo que reza el grabado pero no me lo dice, no me lo quiere decir, como lleva cinco años no queriéndome revelar cuál era el regalo olvidado.

En el fondo siempre creí que nunca existió. Pero ahora es mío. Huelo ese perfume y leo ese grabado. Los puedo imaginar.

Regalo regalado.
Regalo rescatado.
Regalo recuperado del olvido.

lunes, octubre 22, 2007

en regardant au sol

Parfois, quand une marche par la nuit en regardant au sol, on trouve des choses comme cela…

Qui est-ce qui l'aura écrit ? Quand ? Qui est Laure ?

Parfois...


martes, octubre 09, 2007

...pero leix

Leix, termino acunyado por mon amie Marina. Leix: adv. del cultumarquinal lexius-legis.. Lejos fisicamente, pero cerca en el corazon.

pues estoy leix de mi blog por un cumulo de circunstancias, como ocurrirsele a una la idea de irse a estudiar al extranjero, a Francia exactamente. Estoy aun con el problema de la incomunicacion, ya sea face to face como por internet, ya os contaré, si seguis ahi.
de momento todo bien, en este pais la presion del grifo del agua caliente es superior a la del agua fria, no te dan bolsas en los supermercados, cuando te van a dar dos besos empiezan por la mejilla izquierda ( imaginense la torpeza y los malentendidos espaciotemporales), en los teclados solo es posible acentuar la letra "é/è", la "à" y la "ù" y otras cosas por el estilo.

Nos escribimos pronto. Hasta entonces.

miércoles, agosto 01, 2007

La niña de la cera

Llegué a la cuarta planta cuando aún me estaba mirando en el espejo mientras olía ligeramente a orín, lana y calefacción. Al darme cuenta de que el ascensor había alcanzado la sala de estar, me giré y lo vi allí sentado en el sofá, con una manta sobre las piernas, tapándose los ojos con las manos (por todos es sabido que “las cataratas no quieren luz”) e intentado dormir algo más, dado que quince horas de sueño suelen ser insuficientes. Después de algunos segundos mirándome, supo decir “la Laurita”, tras la incesante pregunta de mi madre: “¿esta quién es? a ver”. Fue entonces cuando, mientras intentábamos convencerle de que cumplía ochenta y siete años y no cincuenta y siete como él aseguraba, una voz de mujer algo temblorosa preguntó:

- ¿Tú eres la niña de la cera?

Me giré rápidamente. Ella estaba sentada en una mecedora, tenía el pelo completamente blanco y rizado.

- ¿Tú eres la niña de la cera? – insistió-.

- Eh… lo siento, señora. Creo que no, creo que se equivoca.

- ¡Pero cómo va a ser la niña de la cera, Pilar! Pero si esa se murió hace lo menos diez años! Si la niña de la cera era más o menos de tu edad. Cómo va a ser la niña de la cera, anda anda, que tienes cada cosa. – replicó una señora de mediana edad que estaba sentada en la mecedora de al lado, imagino que se trataba de algún familiar- Perdónala, eh, que no sabe lo que dice.

- Pero si es la niña de la cera, ¿no la ves? Es igualita. Aquella de la calle de ahí abajo, ¿Tú no vives en esa calle de ahí abajo, chiquita?

- No, no, señora, vivo en la otra calle, un poco más parriba.

- Ah... pues no será, pero yo diría que sí.

Entonces me imaginé siendo la niña de la cera. Viviendo en la calle de ahí abajo. Seguramente llevaba un mandil negro, una falda de vuelo y de flores, el pelo muy largo y muy negro y barría la acera con empeño saludando a mis vecinas, quizás canturreaba alguna canción. Algunas de ellas me preguntarían que si había sacado ya la cera de mi panel de abejas, aquel que tengo en la casa de mi tía en Sant Jeroni de la Murtra, y si había fabricado las velas, las figuritas, los ungüentos, entonces les diría que sí, pueden pasar a verlas, que tengo todo muy bien de precio, que estoy barriendo la acera porque está toda pringosa de lo que cae de los árboles, pero que en un momentito ya lo tengo todo preparado. Pero que se dieran prisa, señoras, por favor, que Jesús venía a buscarme a las cinco para dar un paseo por la Plaza del Generalísimo y que íbamos a comer unos churros y con un poco de suerte nos daba tiempo a ver una película de esas de amor en el cine Savoy antes del toque de queda de mi padre, que ya sabéis como es, y no le gusta nada Jesús porque dice que es un revolucionario, así que a mandar. Id entrando si queréis, que me queda bien poquito. Juana, esas velitas azules te gustarán, y a ti, Dolores, que tú si que pareces una figurita de cera, a ver si te pones al sol un ratico, condená, te tengo preparadita un ungüento que te irá de fábula para tus males.

Y entonces soplaría el viento y haría volar un poco la falda, y un poco el pelo, y un poco todo el montoncito de porquería que había barrido, y se lo llevaría todo, me iría rechistando hacia adentro, con mi cera y mis vecinas, y maldiciendo el viento. El maldito viento.

jueves, julio 05, 2007

Hipotética noche

Ayer fui al lugar donde hipotéticamente nos conocimos hace un año. Recree la misma noche: cené en la playa de Sant Pol con unos amigas, los trozos de coca tenían granitos de arena, nos deslumbraban los fuegos artificiales, tenía la regla y cada petardo estallaba en mis riñones y en mi vientre, coincidimos gracias a unos amigos del hermano de Mireia mientras la orquesta cantaba algo así como Satisfaction, enseguida congeniamos y nos dimos la dirección de e-mail, no dormimos en toda la noche, llegué a mi casa a las dos del mediodía sin dormir, te acababa de conocer: no podría ser de otro modo. Meses después, quizás en noviembre, aterrizaste en mi casa y mi madre te miró como a algo extraño. Mi madre no te entendió, pero le contamos lo que ocurrió esa noche y se lo creyó.

Pero sólo fue algo hipotético.

Yo aquella noche en realidad estaba en el Llac de Banyoles. La coca tenía otros granitos. Bailaba la Cenicienta de Prokófiev en la hierba, en una total oscuridad penosamente alumbrada por la luz del móvil que no paraba de sonar, era Caro, pero hablaba Iván, los dos teníais la misma voz y me era casi imposible distinguiros. Me paseaba por todo el camping a paso ligero, unos cascos encima de unas motos me dieron miedo, imaginaba el cuerpo intermedio: del casco al asiento. Le dije a David que viniera, que aquello parecía un hombre y que me daba miedo. Él lo corroboró. Poco después mientras intentaba imitar a un camaleón, cayó al suelo, se volvió de color morado y empezó a echar espuma por la boca. Salí corriendo, ya sabéis, las piedras del camping se me clavaban en las suelas planas de mis zapatos de bailarina mientras iba pensando la elegía que recitaría en su funeral. Al final no pasó nada, se recuperó en unos días y ayer me envió un sms diciendo: hoy cumplo un año. No dormí en toda la noche, intenté despejarme en la piscina, pero todo tenía mal sabor y se repetía dentro de mí una y otra vez, como en una pesadilla de una siesta de tres horas. Conduje en línea recta hasta mi casa. Llegué a las dos. Mi madre me preguntó que si había dormido y le dije que no, que había estado en la playa de Sant Pol, que toda la noche la orquesta sonando, que tú, que los cohetes, que la arena, etcétera.

25 junio 2007.

martes, junio 12, 2007

Sueño o ficción

Últimamente, siempre que sueño con él, acaba desapareciendo de una manera o de otra. Se desintegra, por ejemplo, poco a poco, hasta convertirse en agua salada mientras nos bañamos en el mar, juega a descorporeizarse si tomamos algo en una cafetería novecentista (que está, seguro, en una calle estrecha y adoquinada), o acaba por descomponerse en nieve virgen (si en ese momento me ha dado por componer un muñeco). Pero a los segundos de desparecer me da muestras de que sigue ahí: tocándome el pelo cuando pasa corriendo por detrás, soplándome en el oído, cogiéndome un pie en el agua o haciéndome tropezar con un ski. Poco después, alguien me avisa de que si desaparece, es porque no existe, porque sólo yo lo he inventado. Me avisa, por ejemplo, una hermana pequeña y algo diabólica que le he creado o un presentador de telediario cuando enciendo la televisión al volver a casa.

Entonces me despierto con una sensación de haber vivido un rodaje durante toda la noche, que los decorados eran milimétricos (esa cafetería y esos adoquines), que las escenas estaban bien recreadas (qué bien se desintegró en el agua), que nuestros papeles como actores actantes eran estupendos (con qué naturalidad los interpretamos), que la iluminación era perfecta (esa luz fría detrás del muñeco de nieve).

Me incorporo y pienso que hoy, el camino desde nuestra cama al lavabo debería ser guiado por una moqueta roja y que en el bar de la esquina, en vez de café, nos tendrían que servir una estatuilla.

viernes, junio 01, 2007

Y se hizo el sonido

El tipo era majo. Una treintena de años, ojos simpáticos y una calva trasera-cogotera incipiente. Mi madre babeaba desde la silla de la consulta

- ¿Ves que majo es? ¿Ves que majo?

- Sí, es majísimo, mama.

Él seguía sonriendo mientras preparaba todos los utensilios: una especie de jeringuilla que parecía estar sacada del laboratorio del Doctor Frankenstein, aparatosa y amenazante, rellena de agua caliente y una palangana preparadita para recibir porquerías, como siempre.

Entonces me sentó en la camilla, me puso toallas sintéticas por todo el cuerpo y empezó a hurgar en mis oídos. Es una sensación odiosa, ya sabéis. Y más cuando un chorro (chigate, me gusta llamarlo) de agua se dirige raudo y veloz hacia tu tímpano dolorido por un tapón de cera, o dos, o tres. Ah, y la palangana la tenía que aguantar yo, justo a la altura de la mitad del cuello, mientras me concentraba en pensar qué cara de criaturita desgraciada debería estar poniendo y que, por suerte, sólo podía ver mi madre.

- ¿Te duele?

- No, pero es desagradable.

- Es desagradable, ¿verdad?

- Sí, ciertamente.

- Te estás mojando un poco, ¿no?

- Sí, voy a salir de aquí siendo Miss Camiseta Mojada.

Y el tipo, claro está, se reía con mis gracias de nerviosa mientras me sacaba cera y más cera de los oídos y de paso mi madre hacía la crónica descriptiva de la jugada:

- Ui ui ui, ¡madremía, todo lo que te está saliendo de ahí! ¡Ui, qué cantidad!


Gracias por el relato, mama. Al final te voy a prohibir ver España Directo, de verdad te lo digo. Y en aquel instante llegó la clave de la historia, el momento en el que Oriol, el enfermero más majo de todos los majos, consiguió sacarme los tapones de los oídos, y entonces… se hizo el sonido. Empecé a oírlo todo. Me venía de delante, de detrás, de los lados, oía en estero, en doubly sorround. Me llegaba el sonido de un riachuelo que pasaba a kilómetros del lugar, el batir de las alas de un mosquito tigre, los pasitos rápidos de las hormigas del descampado, el pasar de página de un estudiante del piso de enfrente, el destapar de una caja de cartón de la acera del callejón. Caminaba por la calle y cualquier sonido minúsculo y alejado, me parecía una amenaza cercana e inminente (entonces me giraba rápidamente mirando con cara de sospecha a todo lo que era susceptible de ser objeto sonoro).
Hablaba, y me oía sobredimensionada, era como una voz en off de mí misma, reverberante e intensa, fuera de mí, relatadora.

Fue una sensación bonita mientras duró. Hoy mi sentido del oído ya se ha regulado, y lo oigo todo normal, justo como antes de que Oriol me quitara los tapones de los oídos.

miércoles, mayo 23, 2007

como esos pájaros de ahí

Estábamos en la Calle Castellbell, a la altura del número cinco, hablábamos en grupo y le decía a mi madre que había una nueva especie de pájaros, unos murciélagos que volaban de día, y por ende, eran blancos, como ésos de ahí, como ésos que corren a precipitarse. Pero su pico era enorme, devastador, y sólo volaban en picado para clavar su pico en el pie de algún viandante. Si fallaban en su precisa trayectoria asesina, incrustaban su pico en el suelo, ya fuera tierra, barro, cemento o alquitrán, y allí se quedaban, con los ojos abiertos, hasta su muerte. Algunos de la calle comentaban que el dolor que producían al clavarse en el pie o en el tobillo era agudo, intenso, como ningún otro dolor en el mundo y todos los demás andaban dando saltos para evitar ser el blanco de su ataque.

Yo misma esquivé algunos, sentía el dolor de su contacto como si éste se hubiera producido. Pero encontraba la solución: situarme al lado de un charco. De este modo, el murciélago blanco por vete tú a saber qué motivos, iba directo al charco, embutía su pico en el agua y se ahogaba (miraba su muerte y me gustaba). Una vez solucionado el problema, me fui a mirar bolsos y zapatos.


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N. del A.: Sueño demasiado, tengo poco tiempo para contarlo. Algún día de éstos volveré. Dibujo mal, me pilló en clase, pero es lo que hay.

martes, abril 10, 2007

Su voz en off

Estaba tumbada en el césped con las manos cruzadas por debajo de la nuca. Tomaba el sol. Él empezaba a hablarme de cualquier cosa pero no le veía, su voz me llegaba, no su imagen, dónde estaría escondido, dónde, aunque su voz en off no parecía preocuparme demasiado, sólo me importaba estar tumbada en el césped con las manos cruzadas por debajo de la nuca y la correcta posición de mis gafas de sol.

Veía a gente conocida divirtiéndose, jugando con una pelota, supongo que a fútbol. La más estirada de todas, la más estilosa de todas peinaba con la cabeza (sin despeinarse) un centro imposible, y yo me reía, jovialmente me reía y mis carcajadas sorprendidas ocultaban su voz en off. “qué bien has peinado el balón sin despeinarte, Isabel”. Entonces me giraba y conseguía verle, sentado a mi lado, en el césped, como si tal cosa, como si llevara allí toda la vida plantado. Iba vestido de negro, con gafas de sol, y las piernas largas, había salido de su escondite de narrador omnisciente, de narrador de la jugada. Sonreía y era cómplice de la situación. (Increíble que ni se haya despeinado el tupé al rematar, increíble.) Le preguntaba que de dónde había salido y me respondía que de los libros. Qué tipo de libros. De esos de tu estantería. Eres un personaje. Un conglomerado de ellos. Ah, correcto, ManolitoAndrésHurtadoHoracioGenouilleTomásDédalusJoseArcadio, por llamarte de algún modo. Entonces nos levantábamos del césped, seguíamos riendo, y empezábamos a caminar. Stop. Miré mi reloj, miré un plano detalle de mi reloj: 12:20. Tengo que irme. Le suelto la mano, le doy un beso sonoro, y me voy escaleras arriba. Me voy escaleras de mi colegio de primaria, arriba. Pasamanos de madera y paredes verdes.

Taan tin, Taan Tin. Mire: Bon dia!si cuelgan las listas de los Erasmus hoy dime algo!Vagi b la reentre! 10.04.07, 07:33

sábado, abril 07, 2007

Dientes y Desayunos

Al despertarnos le digo que tiene los dientes de mi padre (o la boca): el tamaño, la forma, el color grisáceo, las pequeñas manchas amarillentas, la textura a tiras (quizás los labios finos). Llevaba un año pensándolo pero aun no se lo había dicho. Entonces sonríe y me pregunta cómo he dormido.

- Mal. Demasiados sueños. He besado a un amigo, me han invitado a una orgía y después de una fiesta, he vuelto a Sant Andreu.

Se levanta y me trae el desayuno a la cama. Me gusta la idea. Nunca antes me lo habían hecho. Creo que le inspiró la entrevista que vimos ayer noche en la que un presentador gay le preguntaba a una cantante de moda con un culo perfecto (presunto culo perfecto) si le llevaba el desayuno a la cama a su novio o su novio a ella. Es algo muy incómodo lo de desayunar en la cama. Es el miedo constante de que la bandejita de flores se vaya a la mierda y derrames todo el café por todo el blanco impoluto de las sábanas y el edredón. Es el miedo de tirar todas las migas de las tostadas y que pinchen las pieles la noche siguiente. Me siento y me clavo cada hueso de la espalda en la pared. Intento doblar en tres la almohada pero es inútil. Le digo que me duelen las mandíbulas y me hace un masaje en la cara: presiona haciendo círculos en los pómulos, en los párpados, en las sienes. Para y me mira atento desde su lado de la cama, los dientes de mi padre me miran atentos desde su lado de la cama. Y hace ya un año.

domingo, marzo 18, 2007

volver para irse


Dicen que al lugar donde fuiste feliz, no debieras tratar de volver.

aún así... C/Castellbell nº5

jueves, febrero 22, 2007

Vuelve para irse

En el sueño le digo a un chico guapo de mi clase que siempre que sueño con mi padre, le veo de lejos, con el chándal del Real Madrid, como ese hombre de ahí, como ése que estamos viendo ahora. Le digo que nunca me atrevo a acercarme, por miedo de que resulte ser otra persona. Pero es mentira, es sólo en ese sueño. En otros le abrazo. Su barriga prominente y peluda me impide cercarlo del todo, pero le abrazo, y noto los pelos en mi piel. Quizás estamos en la playa, quizás en casa (en la cocina, en el salón) pero siempre tengo la certeza de que se va a volver a morir de aquí a dos o tres meses. Y entonces le abrazo aún más fuerte, sabiendo que es para mí, pero que también es algo que debo comunicar a mis hermanos que no están ahí en ese momento: me ha elegido a mí como mensajera.

En el día a día, le veo por el retrovisor de mi coche cuando estoy parada en un semáforo. Sí, es él, no puede ser otro. Es su Renault Express blanca, es su jersey de antaño roído, es su barba recia de tres días, incipientemente canosa, es su pelo algo descuidado, es su olor a after shave barato que puedo percibir desde aquí. Pero tengo la misma sensación que en el sueño, me da miedo girar la cabeza y que no sea él, poner los dos coches en paralelo, mirarle de perfil, y que no sea él.
Le reconozco entre tantos hombres de mediana edad… todos podrían ser él, cualquiera podría ser él: curva de la felicidad, de la cerveza, asomándoles por encima de los pantalones caídos, sujetados por el cinturón, papada algo hinchada (algunos, descubro, toman cortisona), aire cansado en los ojos, andares de pies abiertos, y manos rudas y callosas.

Todos podrían ser él, pero ninguno lo es, y los ratos en que vuelve, sólo lo hace unos minutos, los justos para darme cuenta de que debo abrazarle de nuevo y dejarle morir.

sábado, enero 20, 2007

La colcha nueva y las ganas de llorar

Tengo ganas de llorar porque no me gusta la nueva colcha de mi cama. O más bien porque no me atrevo a confesar a mi madre que le mentí cuando, al verla puesta por primera vez, dije: “¡qué chula!” y me miró con cara de total felicidad.

Pero es imposible. Al principio me parecía una colcha aceptable, luego fea, ahora me parece abominable. Sus colores amarillentos y rojizos no concuerdan con los de las paredes de mi cuarto, su abultada tela me molesta, sus remates ondulados no van acorde con las líneas rectas que predominan en mi habitación (mamá, si sabes que si algo odio son los volantes, pero mamá, qué chula es la colcha que me has comprado).

Cada vez que la veo me entran ganas de llorar. Me imagino el momento de decirle: “mamá, quizás me precipité en mi juicio, ahora me he dado cuenta de que quizás no me gusta la caída de la tela ¿no? Así, la manera ondulada en que cae, que no cae del todo, como que es abultada. No sé, hay algo que no me acaba de convencer”. Entonces su cara de total felicidad se transforma en la ya conocida cara agria de decepción y autocompasión de “te he vuelto a comprar algo que no te gusta. Lo sé, no tengo ningún tipo de gusto, pues vas tú y te compras la que te dé la gana”. Entonces me sentiré mal por que mis gustos no concuerdan con los de mi madre y a su vez, me sentiré aliviada por ello.

Una amiga me ha sugerido que derrame un bote de tipex encima o que se me caiga por accidente el tintero donde relleno el émbolo de mi pluma, pero me parece aún más cruel que confesarle que le mentí, porque además, me la imagino día y noche llevando a cabo mil trucos para limpiar la mancha de la colcha.

Quizás le diga que me da demasiado calor (cosa habitual) y me molesta apartarla por las noches así con los pies, sí, quizás sea la respuesta más adecuada, sin interferir en la cuestión del gusto que tanto nos diferencia, será una cuestión física frío-calor. Pero no se lo creerá porque mi cara torcida de poco convencimiento me delatará.

No sé que hacer con ella, cada vez la veo más grande y más horrible, le estoy empezando a ver pelos y pezuñas. Pienso que esta noche debo dormir debajo de esa capa y me entran escalofríos, dormir bajo tal fealdad debe causar pesadillas.

De momento voy a materializar mis ganas de llorar sobre ella, después... después ya se verá.

martes, enero 02, 2007

El pollo

El pollo, el pollo con una pata, el pollo con las dos patas, el pollo con las alitas, el pollo con la colita, y ahora te toca a ti.

Lo siento, si no lo digo reviento.