miércoles, noviembre 29, 2006

Mirando sin mirar

Primero fue Gregor Samsa plastificado en negro, indeciso, intentando cruzar y al día siguiente, sin cabeza.

Luego fueron osos de peluches sucios, balones de fútbol deshinchados o cortados por la mitad. Animales muertos, viendo día a día su perfecto ciclo de putrefacción. Palos de escobas, llantas abandonadas y chanclas desgastadas. También un cinturón y un casco de plástico blanco.

Después fueron unos hombrecillos vestidos de fosforito yendo de un lado para el otro con aparatos en la mano, y ese fue el último día en que el viaje desde mi punto de partida hasta mi destino fue entretenido. Ese fue el último día en que me jugué la vida mirando hacia los lados de la carretera en vez de hacia adelante.

jueves, noviembre 23, 2006

Sobre la vida de un banco-balcón

Cuando pensamos en un banco nos sobreviene, inevitablemente, la imagen de un banco de madera, solitario, esperando en un parque, incluso con las hojas otoñales sentadas sobre él. Pero, en un espacio aislado de Barcelona, hay un banco que difiere de esta triste imagen. Es un banco lleno de color, serpenteante, en lo alto de un montículo desde dónde se ofrece una panorámica privilegiada de la ciudad. Un lugar que invita a la reflexión y en consecuencia, fuente de inspiración para artistas y bohemios. Sin embargo, este también es un paraje altamente promocionado desde el punto de vista turístico.

En cada uno de los peregrinos existen razones distintas para acudir a este lugar. El reclamo puede deberse, o no, a la dimensión que ha adquirido Gaudí a nivel internacional. Sea come fuere, lo cierto es que el famoso banco del Parque Güell ha devenido un lugar que, a ciertas horas del día, deja de lado su carácter humanista y espiritual para acoger un gran número de turistas. De esta manera, se convierte en una zona de recreo donde multitud de personas hacen su parada obligatoria y se explayan de formas diversas.

La sensación que evoca este banco es provocada por el dibujo, el colorido y la forma del mismo. El banco del Parque Güell es el reflejo de una variedad cultural. Indagando en él descubrimos que, de la misma manera que los pedazos de vidrio y cerámica forman el mosaico de colores, las personas que allí se encuentran crean también un mosaico cultural. Cada persona, familia o grupo de jubilados son pigmentos que representan realidades dispares pero que, al congregarse en un mismo espacio, dan lugar a este cuadro variopinto.

Nos hemos encontrado con multitud de anécdotas, situaciones curiosas, personas y personajes esperpénticos, pero aquello que hemos querido resaltar y dar a conocer son los pequeños momentos de reposo de un turista cansado, al que casi podemos oler sus pies; la complicidad de niños y padres jugando durante unas vacaciones; la inspiración de un artista al contemplar el paisaje desde el balcón de Barcelona; la curiosidad de un bebé al asomarse y sentirse más grande por una vez; la expectación de unos turistas maravillados ante el panorama que se les presenta y entre todo ese gentío y movimiento, la tranquilidad que se puede sentir al sentarse en nuestro banco y simplemente observar lo que sucede a su alrededor.

Y es ese momento especial lo que precisamente hemos querido retratar, ese fragmento de la vida del banco del Parque Güell, que sirve para reposar, inspirarse o jugar, pero también para sentarse y ser banco. En el que te sientas y ves eso que él ve, ese mundo que se construye cada día, distinto y único cada vez.


































































































































1. Sentada en el libro
2. Gaudí hipnotiza perros
3. A la cabeza de Barcelona
4. No me hagas cosquillas
5. Mientras dormías
6. Estuve en Barcelona y me acordé de ti
7. Fotolplix Fotolpix, mucha foto y poca money
8. El pie de la foto
9. Soy el rey del mundo. Aka Me como la farola
10. Jaque mate y dado
11. Mira más allá de su propia pipa


Autores: Ainara A., Judih F., María F., Laura G., Daniel M.

jueves, noviembre 16, 2006

Exposición Agustí Centelles: Les vides d’un fotògraf 1909-1985.



Al primer paso que doy en la exposición me encuentro a un señor francés que me explica que Agustí Centelles durmió nosecuantos años en esa cama pequeña, que era un buen hombre, y muchas cosas más de las que no me entero, poniendo por delante mi tozudez de no leer los subtítulos y hacer todo un écoutez en condiciones. Entro en su cara a través de unas cortinas de plástico, sin saber lo que me ocurrirá al traspasar la frontera de la Barcelona del 2006 a la de los años 30.

“¡Qué 900 pesetas más bien invertidas!”, pienso y digo a mi acompañante, al comprobar que es lo que le costó a Agustí Centelles esa cámara ligera, pequeña, portátil, que en aquella época resultaba ser un juguete, capaz de hacer tres fotos de una misma jugada de fútbol. La Leica. Veo el campo del Barça, el campo del Espanyol, saltos de pértiga en Montjuïc, vueltas ciclistas, etc. No conocía esta faceta de Centelles. Veo actos festivos de Barcelona: niños en las calles de Gràcia, la Fira de Santa Llúcia en Navidad, el día de la Palma, las hogueras de Sant Joan, una Barcelona cuanto menos idílica. Pero eso, en el siguiente pasillo, se acaba: las cosas se ponen feas en Barcelona.

Los nacionales intentan hacerse con la ciudad en el año 1936 y hay una resistencia sin igual, todos en las calles, en las barricadas (A las barricadas), disparando, defendiendo Catalunya. Iglesias destrozadas, y por qué no, arte destrozado, agujereado, quemado. Curas y monjas huyendo. Transporte público colectivizado, las pegatinas de CNT decoran autobuses y tranvías, y, “¡Ostras!, ¿qué hace George Orwell allí al fondo? De verdad que este se metía en todos los fregaos”.


De
ese contexto es la foto (sorprendentemente cortada, porque también podemos centrar a posteriori la fotografía en el detalle de la realidad que más nos interesa) de tres milicianos parapetados detrás de dos caballos muertos, apiñonados, disparando hacia no se sabe dónde pero sí hacia qué. Es una de las imágenes captadas por Centelles que más vueltas ha dado al mundo. Y para mí es inevitable pensar en la muerte de los caballos, más que en los disparos de la resistencia republicana. Porque ellos, ¿qué saben de guerras? ¿Cómo le podrías explicar a un caballo que hay un país lleno de caballos igual que él, pero que un día, o dos, o tres años se enfadan todos y empiezan a matarse, y ganan unos y otros muchos caballos tienen que irse corriendo a otros países de caballos…? y el resto de la pegunta, por desgracia, ya lo sabemos todos. Y a toda esa carne de caballo muerto, quizás le queda el consuelo de que un día sirvieron para que tres milicianos republicanos se salvaran (quizás, también) de decenas de disparos. Y esta reflexión, esta pregunta, para todos aquellos inocentes, y para todos aquellos que no les puede caber en su cabeza (inocente), mente (inocente), cerebro (inocente), que no pueden procesar la información (no tan inocente) de que pueda haber guerras por ideas y entre hermanos, y que además, hayan tenido que luchar obligados en ellas.

Otra imagen que me asalta es la de un guardia muerto en el suelo, sólo se le ve los pies y la gorra, porque el resto de su cuerpo está tapado por una bandera de Catalunya, por les quatre barres, y a pesar de ser una foto en blanco y negro, se ve el color amarillo y rojo.

En el siguiente espacio veo euforia colectiva, algunos hombres y mujeres se van, contentos, a luchar al frente de Aragón. Algunas mujeres se quedan, no tan contentas, lloran y dan los últimos besos a sus maridos. Y desde una Barcelona setenta años más vieja, noto el sabor de esos besos: polvo y pólvora.

Murmuro a una de esas fotos, con pena: ¿Cómo podéis iros tan contentos a una guerra? ¿No sabéis que os van a matar? ¿No sabéis que vais a matar? No sabéis que, setenta años más tarde, aún en esos lugares va a sentirse el temblor de las paredes y la esencia de la destrucción? (en Belchite, por ejemplo) Y lo peor de todo, queridos milicianos, ¿es que no sabéis que en esta guerra no ganó nadie, más que el límite de la crueldad?.



Y no se puede olvidar el bombardeo de Lleida y el rostro de desesperación de esa mujer arrodillada al lado del cadáver de su marido, que por ironías de la vida y con la banda sonora de la voz de su hijo de fondo, descubrimos que fue matado por un avión que defendía su causa. Y el descontento del primogénito al sentir que la foto del máximo dolor de sus padres es una de las imágenes más conocidas de la Guerra Civil. Quizás mejor que ese dolor quede en casa.




Lo que ya sabemos todos, en el 1939 toda la euforia, las ilusiones, las esperanzas de nuestros protagonistas se van al traste. Agustí Centelles se autoexilia a Francia y queda internado en el campo de concentración de Bram. Esta vez, la banda sonora es la lectura desoladora de su diario personal, donde cuenta las miserias vividas. Se me viene a la cabeza, tristemente, que ni siquiera el exilio era la salvación para los que habían defendido la causa republicana. Y es que el límite de la crueldad, el ganador, traspasó incluso fronteras. Quizás a Centelles le salvó su carné de periodista expedido por las autoridades francesas. Quizás los centenares de negativos que llevaba en su maleta y que no vieron la luz y la positivización hasta muchos años más tarde. Y no habiendo salido de una guerra, se metió en otra: La Segunda Guerra Mundial. Defendió la resistencia francesa falsificando documentos, y tuvo que volver a exiliarse al ser descubierto, paradójicamente, a su propio país, donde vivió de forma clandestina durante años.

Salgo de este espacio y siento como un alivio a la angustia revivida, bajo unas escaleras, miro un trozo de calle de la Barcelona del 2006, donde no hay disparos ni caballos muertos, entramos en otro espacio, donde lo primero que veo es un “bodegón industrial”. Pienso que me he equivocado, que he entrado a otra exposición, pero sigo viendo el título de Agustí Centelles en las paredes. También fotos de los laboratorios Uriach, de conejos y ratones en experimentos, de mecanismos, de Siemens, de modelos guapas en jeans, de una máquina de chupachups, de unas chapas de Fanta y Cocacola, de un trozo de un perfecto mercado de La Boquería (ah no, no es una foto, es un ventanal, disculpen). Qué cambio más radical. Qué diferencia de vida de fotógrafo. Qué diferencia de país. Qué diferencia de realidad.

Salgo a la calle y veo unas paredes empapeladas y llenas de graffities divertidos, de otro arte para subsanarte. Maldigo no llevar una cámara en ese momento, y no poder retratar ese detalle de realidad, ese detalle de suerte de Barcelona en la que ahora mismo paseo, y vuelven a mis ojos una imagen de principios de los 30, cuando unos centenares de niños esperaban contentos e impacientes la salida de unos payasos en una calle decorada de Gràcia.

viernes, noviembre 03, 2006

Malos presagios

Justo antes de salir de la peluquería se dio cuenta del terrible dolor de cabeza que le había causado cortarse el pelo en pico. Lo consideró un mal presagio.

Justo antes de que acabara la manifestación, se dio cuenta de cuánto le dolían los huesos y de lo prominentes que resultaban las ojeras. Lo consideró un mal presagio.

Justo antes de salir de casa, se dio cuenta de que su camisa (negra) no olía a él. Lo consideró un mal presagio.

Justo antes de salir del hostal se le rompió la cremallera de la falda granate de pana. Lo consideró un mal presagio.

Ambos se avisaron de los inconvenientes, de los infortunios, de los malos presagios. A ambos se les ocurrió cancelar el encuentro. Se les pasó por la cabeza la situación de torpeza y de adormecimiento, de silencio y parálisis.
Ambos consumieron el día y la noche esperando una llamada del otro para anular la cita.

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N. del A. Gracias a Aizun y Patri por ayudarme a concluirlo una semana después de haberlo iniciado.