miércoles, agosto 30, 2006

Mi chupete se lo llevaron en un cesto de mimbre

El día en que operaron a mi padre del tabique nasal, mi abuela se llevó en aquel cesto de mimbre mi chupete, y a partir de ahí, nada fue lo mismo.

Recuerdo su cesto en el pasillo, el largo pasillo que tenía al fondo el Guernika (que me horrorizaba, que yo imaginaba como maniquís desnudos de tienda de moda, descuartizados, desfilando por la cinta de la caja de un supermercado) su cesto de mimbre de la compra en mitad del pasillo, a la altura de la cocina, su cesto vacío, sólo con mi chupete dentro.

- Qué pies más bonitos que tienes- me dijo, mientras me tapaba con una toca.

“Qué curioso”, pensé, “Mi padre se pasa el día diciéndome lo bonita que soy, pero de mis pies, nunca ha dicho nada”. Entonces me estuve mirando los pies durante un buen rato, pensando en si eran bonitos o no. Me acuerdo nítidamente: estábamos las dos en el sofá de escai pelado marrón, a oscuras, la tela rala me cubría todo menos los pies, que yo seguía mirando, estábamos a oscuras y la luz de la televisión nos iluminaba. Y me acuerdo perfecta y nítidamente porque tenía cuatro años, y a esa edad, que se lleven tu chupete, es una tragedia que se recuerda toda la vida.

Al día siguiente lo estuve buscando desesperadamente en los jarrones, en los estantes con las cintas de video apiladas, en el cajón de las bragas de mi madre, en los maletines de mi padre, detrás de la lavadora, en el cesto de la ropa sucia, entre los libros de texto de mis hermanos (y de sus revistas porno), detrás de los cuadros (detrás del Guernika, incluso, enfrentándome a las cabezas rotas de los maniquís, con dos cojones, todo sea por mi chupete), detrás del cuadro de la mujer azul que, mirando hacia atrás, enseñaba el culo en la playa, y era azul la mujer, os lo juro, y enseñaba su perfecto y redondo culo a todo el mundo que entraba a la habitación, y su rosa negra, y un pecho suyo, solo uno, azul también.

- ¿Dónde está el chupete? – le dije a mi madre seria, sin balbucear, yo vocalizaba perfectamente desde los dos años.
- Se lo ha llevado la yaya en el cesto de la compra.

Lloré, como estaba previsto por las autoridades del lugar, durante dos días seguidos. No dormía, ni comía, ni consentía que me peinaran, sólo lloraba. La sintonía de mi llanto era el réquiem por mi chupete. Maldito cesto de mimbre, y maldita mi abuela que se llevó mi chupete a traición. Desde aquel día, no volví a mirar con cariño a mi abuela. Mucho tiempo después mi madre me confesó que mi abuela no se había llevado el chupete, que había sido una mentirijilla suya porque no había forma humana de deshacerme de aquel trozo de plástico (mi madre y sus cortamos-por-lo-sano) pero entonces ya era demasiado tarde: el odio y el rencor ya estaba infundado.

No soportaba que mi abuela me achuchara cortándome la respiración, que sus enormes tetas me aplastaran la cara, ¿Estaría el chupe entre esas dos? ¿O dentro del perro de porcelana que miraba con cara de odio en la puerta del comedor? ¿O en el último cajón del pequeño armario con música (preciosa y entrañable música) donde guardaba sus joyas? Conspiraba, husmeaba, trapicheaba, espiaba, buscaba, pero de mi chupete, ni rastro.

Una vez perdida la esperanza de encontrar mi chupete, me centré en el de los demás. Era muy doloroso ver aquella preciada pieza en la boca de los otros, esperaba cualquier despiste de la criatura para saborear durante unos segundos, a escondidas, su plástico insípido, morder con gusto su plástico indestructible, tactar con la lengua su plástico liso y moldeable, mirarme al espejo y pensar qué bien me sentaba el chupete en la boca.

Y ese fue mi método durante muchos años, siempre a escondidas, rodeándome de criaturitas preciadas. Cerraba los ojos y, ah, chupete en boca, qué gusto, qué recuerdos, qué ansiado momento, mi chupete a hurtadillas, yo, y esa tensión por que nadie me descubra chupeteando. Luego los lavaba cuidadosamente, higiene ante todo, y los dejaba allí donde los había encontrado.

Nadie sabía la historia de mi secreto hasta hace unos meses:

- Cierra los ojos- me dijo B. un día, en la cama, - pero ciérralos, ¿eh? Que es una sorpresa.

Cerré los ojos a la espera de algún miembro sexual, alguna golosina o algún juguete.
- Abre la boca.

Y me introdujo el chupete. Un pequeño y liso chupete de color rosa y lila, Hero baby.

- Era tan injusto que no tuvieras un chupete…

La sensación de hormigueo que sentí por toda mi boca, y al momento, por todo mi cuerpo, es algo inexplicable. Lo chupé y requetechupeé todo lo que pude y más. Y luego lloré, durante dos días y dos noches, no comí ni dormí, ni siquiera me peiné, lloré y la sintonía fue el aleluya por mi chupete, por la recuperación de mi chupete.

B fue y lo encontró. B. buscó en todos los cestos de mimbre habidos y por haber, en todos los cajones de bragas del mundo, detrás de todos los cuadros de todas las galerías, pero fue la farmacia quien le dio la solución.

Ahora escribo con el chupete en la boca, me lo pongo siempre que no hay nadie en mi casa, le paso la lengua con cariño y lo muerdo con furia, estiro de él, le doy besos. Nuestra historia sigue siendo un tabú en el mundo, y es una lástima, porque es muy pequeño y sólo me llega a medio paladar. En mis sueños más perversos aparece un chupete que cubre todo el cielo de la boca, que llega hasta la última muela, que acaricia toda la lengua, pero de momento, me conformo con el que tengo.

Mi abuela murió y no lloré, los cestos de mimbre quedaron desfasados y no lloré, mis pies, dicen, siguen siendo bonitos, la toca rala la quemé acercándola demasiado a una estufa sin varillas, el tabique nasal de mi padre ahora son cenizas en un río, mi madre sigue cortando por lo sano todo lo que le atañe, el Guernika fue sustituido por un armario y la mujer del culo azul... la mujer del culo azul, y la rosa y el pelo negro, no sé dónde andará.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

:D A mí también me robaron el chupete, pero me dijeron que se lo llevará un ratoncillo... Me gustó mucho. Besitos ^^

ADM dijo...

De verdad que tenia que leer este post. Con tanta sencillez me has tocado la fibra... Por cierto, sigue dandole las gracias a B con B de besos.

Besitos!