viernes, junio 01, 2007

Y se hizo el sonido

El tipo era majo. Una treintena de años, ojos simpáticos y una calva trasera-cogotera incipiente. Mi madre babeaba desde la silla de la consulta

- ¿Ves que majo es? ¿Ves que majo?

- Sí, es majísimo, mama.

Él seguía sonriendo mientras preparaba todos los utensilios: una especie de jeringuilla que parecía estar sacada del laboratorio del Doctor Frankenstein, aparatosa y amenazante, rellena de agua caliente y una palangana preparadita para recibir porquerías, como siempre.

Entonces me sentó en la camilla, me puso toallas sintéticas por todo el cuerpo y empezó a hurgar en mis oídos. Es una sensación odiosa, ya sabéis. Y más cuando un chorro (chigate, me gusta llamarlo) de agua se dirige raudo y veloz hacia tu tímpano dolorido por un tapón de cera, o dos, o tres. Ah, y la palangana la tenía que aguantar yo, justo a la altura de la mitad del cuello, mientras me concentraba en pensar qué cara de criaturita desgraciada debería estar poniendo y que, por suerte, sólo podía ver mi madre.

- ¿Te duele?

- No, pero es desagradable.

- Es desagradable, ¿verdad?

- Sí, ciertamente.

- Te estás mojando un poco, ¿no?

- Sí, voy a salir de aquí siendo Miss Camiseta Mojada.

Y el tipo, claro está, se reía con mis gracias de nerviosa mientras me sacaba cera y más cera de los oídos y de paso mi madre hacía la crónica descriptiva de la jugada:

- Ui ui ui, ¡madremía, todo lo que te está saliendo de ahí! ¡Ui, qué cantidad!


Gracias por el relato, mama. Al final te voy a prohibir ver España Directo, de verdad te lo digo. Y en aquel instante llegó la clave de la historia, el momento en el que Oriol, el enfermero más majo de todos los majos, consiguió sacarme los tapones de los oídos, y entonces… se hizo el sonido. Empecé a oírlo todo. Me venía de delante, de detrás, de los lados, oía en estero, en doubly sorround. Me llegaba el sonido de un riachuelo que pasaba a kilómetros del lugar, el batir de las alas de un mosquito tigre, los pasitos rápidos de las hormigas del descampado, el pasar de página de un estudiante del piso de enfrente, el destapar de una caja de cartón de la acera del callejón. Caminaba por la calle y cualquier sonido minúsculo y alejado, me parecía una amenaza cercana e inminente (entonces me giraba rápidamente mirando con cara de sospecha a todo lo que era susceptible de ser objeto sonoro).
Hablaba, y me oía sobredimensionada, era como una voz en off de mí misma, reverberante e intensa, fuera de mí, relatadora.

Fue una sensación bonita mientras duró. Hoy mi sentido del oído ya se ha regulado, y lo oigo todo normal, justo como antes de que Oriol me quitara los tapones de los oídos.

3 comentarios:

De trapillo dijo...

Generosos sonidos :)Alomejor ahora te vuelven a entrar ganas de escuchar nueva música :P

Anónimo dijo...

He aquí la magia de L.A, que convierte en relato una de las guarradas más grandes y cotidianas: la cera de los oídos.

Te idolatro.

Anónimo dijo...

;-)