Si vuelvo a escribir, vuelvo a mirar a la gente de ojos
tristes y preguntarme por el origen y la carga de su mirada. Vuelvo a
preguntarles su historia, a imaginar lo que no cuentan, a inventar el resto.
Si vuelvo a escribir, vuelvo a tocar las cosas. A
preguntarme por el tacto del pelaje de ese perro, por el del metal del picaporte
con forma de mano, a comprobar la rugosidad de esa pared desconchada o de la
corteza de ese árbol. Si vuelvo a escribir, vuelvo a ensuciarme las manos.
Si vuelvo a escribir, vuelvo al híper. A la
hipérbole, a la hipersensibilidad, a la hipertrofia de los sentidos. Pocas
cosas de la que empiezan por híper son buenas. Quizás salvaría hipersónico.
Si vuelvo a escribir, vuelvo a perseguir a esa persona,
intentando descifrar en su trayectoria o en su viraje, en sus gestos o en sus
ropas, algo que me revele los secretos que esconde.
Si vuelvo a escribir, vuelvo a estar despierta, a vivir en
el estado de lo que hay después de una anestesia en la que el cóctel ha
funcionado tan bien que ha sido un placentero viaje en el que ni siquiera me he
dado cuenta de que he estado en el umbral de la muerte o de la miseria.
Si vuelvo a escribir, vuelvo a buscarme problemas, a
inventármelos y a creerlos tan reales que no me dejen ni respirar.
Si vuelvo a escribir, vuelvo a buscar el romance de un
segundo con cada ser con el que me cruce, a creerlo único y eterno, y a llorar
por la desgracia de que lo nuestro nunca podría ser.
Si vuelvo a escribir, vuelvo a vivir con el terror de no
poder seguir viviendo si no escribo, y con la convicción de que no merece la
pena escribir nada que no sea Literatura, ni siquiera la lista de la compra.
Pero todo esto lo sigo haciendo desde que no escribo, solo
que en silencio, a hurtadillas, sin sentirme patentemente sensible, vulnerable
y ridícula. ¿Merece la pena volver a vivir expuesta?
1 comentario:
Vuelve, vuelve.
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