Le veo en la tienda de antigüedades a la que hemos llevado
todos los objetos y los muebles que pertenecían a nuestra vida conjunta. No quiere
mirarme a la cara, quiere pasar rápidamente al olvido. Yo me acerco y le digo,
entre dientes, que va a pagar por todo el daño que me ha hecho, y que si no lo
hago yo, lo hará uno de los míos. Consigo, al fin, que me mire, y me dice,
moviendo la mano en círculos por su vientre, que si no tengo suficiente con todo
lo que está pasando y lleva por dentro. Le digo que no, que quiero su muerte, y
me alejo con unas viejas sandalias en la mano.
lunes, julio 07, 2014
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