Las escaleras hacen una ola, yo me ondulo. Las vallas dibujan un zigzag, yo lo trazo. Sigo, involucrada, el camino perfecto y seguro. El camino del aire.
Como una ensalada de pasta, es muy triste comer eso siendo probable posible hipotética o seguramente mi última cena, sin apóstoles siquiera, sola, mirando un letrero luminoso. Podría, al menos, haber pedido un bocadillo de jamón ibérico.
Las ruedas de mi maleta tienen ganas de bailar y se marcan unos pasos y unas pirués en la pasarela que lleva al avión. Me hace gracia. Voltea y se contonea, ella, tan rosa nacarada. Yo también quiero sacudir mi cuerpo a ritmo del último de Extremoduro, pero me viene a la mente Oceans Blue de Enya, con olor y sintonía de presagio de muerte. Dulce introducción a presagios de muerte. Atenúan las luces por nuestra seguridad, mientras vemos de cerca las demás luces de la pista de despegue. Meneo mi cuerpo con la música impersonal y pretenciosamente relajante que suena en este airbus320. Dulce danza de la muerte. Barcelona en letras mayúsculas y amarillas. Lento desplazamiento en pista.
Autobús del aire.
Avenida de la luz. Avenida de la muerte.
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