Podría empezar diciendo que
Le dije:
- Me voy.
Me contestó:
- ¿Te vas? ¿Y me dejas solo, aquí?
Respondí:
- Yo también me voy sola.
Y podría acabar diciendo que
me di cuenta de que mis zapatos, que llevaban mojados, en su puerta, casi veinticuatro horas, aún no estaban secos. Así que no pude irme. Los puse a vista del sol incipiente en la ventan de su cocina. Al lado de la montaña de pinzas de madera, visionando las otras, de ropa aún por tender.