miércoles, agosto 01, 2007

La niña de la cera

Llegué a la cuarta planta cuando aún me estaba mirando en el espejo mientras olía ligeramente a orín, lana y calefacción. Al darme cuenta de que el ascensor había alcanzado la sala de estar, me giré y lo vi allí sentado en el sofá, con una manta sobre las piernas, tapándose los ojos con las manos (por todos es sabido que “las cataratas no quieren luz”) e intentado dormir algo más, dado que quince horas de sueño suelen ser insuficientes. Después de algunos segundos mirándome, supo decir “la Laurita”, tras la incesante pregunta de mi madre: “¿esta quién es? a ver”. Fue entonces cuando, mientras intentábamos convencerle de que cumplía ochenta y siete años y no cincuenta y siete como él aseguraba, una voz de mujer algo temblorosa preguntó:

- ¿Tú eres la niña de la cera?

Me giré rápidamente. Ella estaba sentada en una mecedora, tenía el pelo completamente blanco y rizado.

- ¿Tú eres la niña de la cera? – insistió-.

- Eh… lo siento, señora. Creo que no, creo que se equivoca.

- ¡Pero cómo va a ser la niña de la cera, Pilar! Pero si esa se murió hace lo menos diez años! Si la niña de la cera era más o menos de tu edad. Cómo va a ser la niña de la cera, anda anda, que tienes cada cosa. – replicó una señora de mediana edad que estaba sentada en la mecedora de al lado, imagino que se trataba de algún familiar- Perdónala, eh, que no sabe lo que dice.

- Pero si es la niña de la cera, ¿no la ves? Es igualita. Aquella de la calle de ahí abajo, ¿Tú no vives en esa calle de ahí abajo, chiquita?

- No, no, señora, vivo en la otra calle, un poco más parriba.

- Ah... pues no será, pero yo diría que sí.

Entonces me imaginé siendo la niña de la cera. Viviendo en la calle de ahí abajo. Seguramente llevaba un mandil negro, una falda de vuelo y de flores, el pelo muy largo y muy negro y barría la acera con empeño saludando a mis vecinas, quizás canturreaba alguna canción. Algunas de ellas me preguntarían que si había sacado ya la cera de mi panel de abejas, aquel que tengo en la casa de mi tía en Sant Jeroni de la Murtra, y si había fabricado las velas, las figuritas, los ungüentos, entonces les diría que sí, pueden pasar a verlas, que tengo todo muy bien de precio, que estoy barriendo la acera porque está toda pringosa de lo que cae de los árboles, pero que en un momentito ya lo tengo todo preparado. Pero que se dieran prisa, señoras, por favor, que Jesús venía a buscarme a las cinco para dar un paseo por la Plaza del Generalísimo y que íbamos a comer unos churros y con un poco de suerte nos daba tiempo a ver una película de esas de amor en el cine Savoy antes del toque de queda de mi padre, que ya sabéis como es, y no le gusta nada Jesús porque dice que es un revolucionario, así que a mandar. Id entrando si queréis, que me queda bien poquito. Juana, esas velitas azules te gustarán, y a ti, Dolores, que tú si que pareces una figurita de cera, a ver si te pones al sol un ratico, condená, te tengo preparadita un ungüento que te irá de fábula para tus males.

Y entonces soplaría el viento y haría volar un poco la falda, y un poco el pelo, y un poco todo el montoncito de porquería que había barrido, y se lo llevaría todo, me iría rechistando hacia adentro, con mi cera y mis vecinas, y maldiciendo el viento. El maldito viento.

2 comentarios:

Ithilme dijo...

Qué chulo el relato..En fin, como todos ;)

De trapillo dijo...

Un día la niña del mar recordó que la niña de la magía tenía un blog... Y que ¡había creado! Te favorece la falda a flores, la melena al viento, maldecirlo...